George W. Bush escribió en sus memorias, Decision Points, sobre su reacción a los atentados del 11S que “el primer avión podía haber sido un accidente. El segundo era definitivamente un ataque. El tercero era una declaración de guerra”, e inmediatamente pensó que “alguien se había atrevido a atacar a América. Lo van a pagar”.
En los primeros momentos, encontró el apoyo de la Unión Europea, que parecía reforzar el vínculo en torno a la necesidad de preservar Occidente del ataque de los fanáticos. Pero la alianza no tardó en resquebrajarse, tal y como apuntaba este sábado Marc Bassets en El País. Si bien EEUU encontró un aliado en España, cuyo presidente entonces, José María Aznar, tenía claro que nuestras libertades estaban amenazadas, el atentado del 11M dio un giro copernicano a la política exterior de nuestro país, después de que el PSOE alcanzara el poder instrumentalizando la tragedia, al vincular los crímenes con la participación en la invasión de Irak. El “no a la guerra” se impuso gracias a las terminales mediáticas socialistas y acabaron encontrando eco en una opinión pública anestesiada por los años de vino y rosas gracias a la burbuja inmobiliaria.
Sin embargo, lo peor se estaba larvando y estaba por venir. La irrupción de Al Qaeda y posteriormente el Estado Islámico obligó a los estados democráticos a adoptar medidas de vigilancia invasivas, el discurso anti islámico prendió y alimentó un populismo que hoy, enquistado, amenaza la democracia liberal. El crack financiero de 2008 agravó la crisis y la pandemia nos ha sumido definitivamente en el caos. La victoria de los talibanes en Agfanistán es una humillante derrota para el mundo occidental, tal y como decía esta semana el mismo Aznar y el creciente papel de China en la escena internacional cuestiona definitivamente los valores de nuestra civilización. El actual presidente de los EEUU, Joe Biden, es partidario de acercar posturas con Xi Jinping, pese a que éste se halla al frente de un régimen que es una amenaza para los derechos humanos, y conciliar los intereses económicos de ambos países.
La UE sigue desnortada. España tiene un Gobierno que, al menos un tercio del gabinete, simpatiza con dictaduras socialistas como Venezuela. Ignoramos la olla a presión que es el Sahel, al otro lado del Estrecho, y renunciamos definitivamente a la batalla de las ideas, seducidos por formaciones de nuevo cuño de marcado corte iliberal.
Los atentados del 11S cambiaron definitivamente el mundo. Ni los 3.000 muertos de aquel atentado ni los que les siguieron, en Europa y el mundo árabe, han servido para cerrar filas en torno a la democracia y la libertad. Presas del miedo, los estados que debían velar por ello han renunciado al sacrificio por tal de mantener el estatus quo económico. Y no, no es eso...