El problema no era
Iván Redondo. Defenestrado políticamente,
el presidente del Gobierno sigue haciendo el ridículo y metiéndose en todos los charcos. En caída libre en las encuestas, la descacharrante gira por EEUU hacen de Pedro Sánchez
motivo de mofa, y lo de la España multinivel sitúa al PSOE al otro lado de los
límites constitucionales. Que le comparen con Superman y sus correligionarios lo aplaudan asintiendo, qué guapo es, sin rubor alguno
produce mucha vergüenza ajena, pero que admita abiertamente que tendrán más privilegios todavía
tanto País Vasco como Cataluña frente al resto de comunidades autónomas
preocupa.
El líder socialista no tiene en cuenta (y si lo tiene en cuenta parece no importarle) que
la vergüenza que provoca su estrafalaria política de comunicación estimula la abstención, pero con
el miedo que despierta con su apología del federalismo asimétrico, está empujando a los electores, también muchos de ellos socialistas,
a que voten a cualquier otra opción que no comprometa la unidad nacional.
Los hooligans socialistas se ríen muy a menudo de la unidad nacional porque
lo reducen al orgullo por la bandera y el himno. Se ríen de las pulseritas y del tarareo cuando suenan las notas de la Marcha Real. Pero el asunto es serio y los ciudadanos son mucho más inteligentes de lo que creen. La unidad nacional es la
clave del régimen de libertades que disfrutamos y garantía de la igualdad de oportunidades y la solidaridad de sus territorios. Los españoles, sean de la comunidad autónoma que sean,
no van a permitir que Pedro Sánchez socave definitivamente los acuerdos del 78. El
pago al lehendakari vasco para que asista a la Conferencia de Presidentes o las humillaciones a la que está sometiendo al conjunto de España
para complacer a los independentistas catalanes les pasarán factura.
Y lo hará incluso si PP y Vox continúan a la gresca. Porque la movilización contra las pretensiones de Pedro Sánchez es creciente. El f
racaso de la gestión para hacer frente a la pandemia lo empeora todo. El presidente dio por derrotado el virus hace un año y aún sufrimos tres olas más, una de ellas con una letalidad que nos heló la sangre, y esta de
incierto desenlace por el extraordinario número de contagios y cierta resistencia a los efectos de la vacuna. Hace un mes pidió salir a la calle a sonreír sin mascarillas, y nos encontramos con tasas de incidencias preocupantes y con las UCI en guardia ante un nuevo repunte de hospitalizados.
El
pinchazo con los autónomos, que han visto cómo el plan estrella de ayudas del Gobierno es agua de borrajas, y el fracaso del escudo social, con el
intolerable fiasco del Ingreso Mínimo Vital, lo rematan. La agenda progresista, impulsada por Unidas Podemos, con la Ley Trans, la despenalización de la eutanasia, la
Memoria Democrática o la Ley del solo sí es sí, no movilizan e incluso espantan a algunos colectivos vinculados al PSOE. Y
tampoco atiende los problemas de la mayoría, preocupada por la crisis sanitaria y económica,
avergonzada por el presidente guapo e indignada por la España multinivel.