Ahora que agosto entra en los minutos de la basura, ahora que los días comienzan a nublarse, a ceder ante la noche un poco antes, a acelerar la vuelta a la normalidad -de aquí a nada, en un suspiro, estaremos de nuevo cantando villancicos y saturados de zambombas-; ahora que agosto nos tuerce el gesto con su ocaso, ahora que el despertador está a punto de ponernos de nuevo sus zancadillas matinales, que la cartera se ha llenado de telarañas, al igual que la cuenta corriente, que no hay más que restos de una última fiesta en la nevera, y hasta cuesta poner un pie en la calle, ver las noticias o, peor aún, los anuncios que te anticipan la llegada del curso escolar; ahora, digo, se acabó lo que se daba.
Como canta Serrat, “vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza, y el señor cura a sus misas”. Agosto, hecho de retales de fiesta, disfrazado de verbenas, terrazas y puestas de sol frente al mar, con sus guiris bañados en crema solar, y sus cada vez más irreconocibles cabañuelas, brota cada año como una sacudida al corazón, como la fuerza de un primer amor, para acabar abandonado en el calendario, apesadumbrado por la melodía del Dúo Dinámico y el eterno recuerdo de Chanquete, que es el símbolo de la pérdida de la diversión efímera, o de la vida efímera, en que sustentamos nuestras aspiraciones veraniegas.
Puede que agosto se haya llenado de gastrobares, de sesiones de dj en la playa a la caída de la tarde, de destinos exóticos, de espetos a cinco euros, de mojitos servidos en una tumbona, de selfies en Instagram, de ofertas exclusivas y experiencias irrepetibles, pero incluso ahora, nada ha vuelto a superar la muerte de Chanquete para encarnar lo que supone despedirse de un mes de vacaciones o de descanso como éste.
Si usted es animal de costumbres, si cada año suele parar o recalar en el lugar o destino de siempre, sabrá apreciar la evolución de los usos veraniegos con el paso del tiempo; entre ellos, la afición por hacerle llegar a todo el mundo lo estupendas que están siendo tus vacaciones, pero, incluso con sus nuevos defectos, las sensaciones, antes y después, siguen siendo las mismas, por mucho que el reggaeton le haya birlado la esencia a Georgie Dann, que ya no suenen canciones como el Wouldn't it be nice de los Beach Boys o que los trofeos de verano hayan cedido su impronta ante las copas internacionales.
Por supuesto, de cara al futuro, éste será el agosto del duelo frente a la amenaza terrorista, el de la triste conmemoración de la matanza en las Ramblas de Barcelona. Cada 17 de agosto rememoraremos el atentado, las heridas abiertas, la respuesta del pueblo, la voz de los supervivientes, incluso dónde nos encontrábamos cuando conocimos la noticia, y hasta si nos reconocemos en lo que opinábamos entonces, como un nuevo registro genético dentro de nuestro adn patrio, de la misma forma que ocurrió tras el 11M. Pero también recordaremos este agosto por la muerte de Ángel Nieto, y quién sabe si como el del germen de los movimientos en contra del turismo masivo -¿Málaga, próxima etapa?-: lo de las vergonzosas cifras en las que se mueve el mundo del fútbol -el de los despachos y los intereses creados- se ha convertido ya en una triste realidad aumentada cada verano que algún día terminará por estallar.
Las imágenes de los actos de sabotaje turístico en Cataluña y Baleares, donde ya no encuentran ni dónde dormir los que trabajan en el sector hostelero, han sido recogidas por la prensa internacional en señal de advertencia, y en nuestra provincia como una oportunidad para ganar visitantes, aunque parece que el viento de Levante ya nos hizo la suficiente mala publicidad el año pasado -es nuestro saboteador profesional veraniego- como para que este año no hayan querido repetir muchos de los turistas que acudieron entonces. Ellos se lo han perdido, aunque ahora que asoman septiembre y el otoño ya poco importa, salvo para los que sí han podido disfrutarlo.