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España

Castaño y Aguilar estuvieron por encima de los Cuadris

Ninguno de los tres diestros consiguieron ayer trofeos en el coso sevillano con los toros de Celestino Cuadri

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  • Javier Castaño -
El diestro leonés Javier Castaño y el madrileño Sergio Aguilar se entregaron a tope en el sexto festejo de abono de la Feria de Abril de Sevilla que se celebró esta tarde pero al igual que Antonio Barrera se fueron sin trofeos de La Maestranza.

Se lidiaron seis toros de Herederos de Celestino Cuadri, muy bien presentados. Destacaron por su juego el tercero, que tuvo un pitón derecho exigente y el cuarto, algo tardo pero con muchas posibilidades. El resto mostraron demasiadas dificultades.



Antonio Barrera, de turquesa y oro con los cabos negros. Media contraria y atravesada (silencio tras aviso). Estocada caída y siete descabellos (silencio).

Javier Castaño, de aguamarina y oro. Pinchazo, estocada y cuatro descabellos (ovación tras aviso). Pinchazo y estocada tendida (silencio).

Alberto Aguilar, de pavo y oro. Estocada y cuatro descabellos (ovación tras aviso). Estocada muy caída y nueve descabellos (silencio).



La plaza registró menos de media entrada en tarde fresca. Destacó con los palos David Adalid.



SÓLO DOS TOROS A LA ALTURA DE LAS EXPECTATIVAS



Las facciones más toristas de la afición hispalense, y no pocos visitantes llegados de los campos de Huelva, esperaban mucho de este encierro de la familia Cuadri que implicaba el reencuentro de la divisa de Trigeros con la plaza de la Maestranza después de varias temporadas de ausencia.

Pero en el envío sólo hubo dos toros verdaderamente interesantes -tercero y cuarto- que se escaparon de una baraja común de defectos y mal estilo que sólo fue paliada por la entrega de dos de los matadores de la terna: el leonés Javier Castaño y el madrileño Sergio Aguilar.

Castaño pisó el acelerador a fondo a pesar de no sortear ninguno de esos toros posibles y se entregó sin fisuras con el segundo de la tarde, un ejemplar violento y bruto con el que también brilló David Adalid manejando los palos.

El matador leonés no lo dudó en ningún momento y se metió entre los pitones hasta someter a ese animal que pasaba siempre con reservas, sin humillar nunca. Pero Castaño expuso, se cruzó por completo y se encajó entre los pitones extrayéndole los muletazos de uno en uno con un movimiento de péndulo en un auténtico toma y daca en el que se jugó el tipo.

El arrimón final, completamente entregado, no fue rubricado con la espada ni el descabello que funcionaron con fatal premiosidad para todos los espadas durante toda la tarde.

Castaño volvería a entregarse por completo con el quinto, un toro peligroso y orientado con el que no volvió la cara en ningún momento hasta convencer al público -que estaba viviendo la faena muy de parte del toro- de sus dificultades hasta hacer entrar a todo el mundo en la importancia de su labor.

El madrileño Alberto Aguilar se encontró con el tercero de la tarde, un toro que no tuvo ni un solo muletazo por el pitón izquierdo pero que brindó un interesante aunque complejo comportamiento por el lado derecho -algo escaso de recorrido- a pesar de su tendencia a probar y tardear.

Con esos ingredientes, hay que revalorizar la labor de Aguilar, que extrajo cada uno de los muletazos en el filo de la navaja, aguantando un leve paroncito que debía helar la sangre del torero, que hasta se adornó en los remates por trincherillas después de sacar varias series diestras de mucho mérito pero, sobre todo, mucha exposición.

Aguilar se mostraría algo más atolondrado con el sexto de la tarde, bruto y descompuesto durante toda su lidia pero que dejó estar por el pitón izquierdo. Así lo vio el matador después de algunas desconfianzas y probaturas y llegó a extraerle a última hora un puñado de naturales de buen trazo. La espada, una vez más, funcionó fatal.

No fue la tarde del sevillano Antonio Barrera, que se tapó en parte toreando al primero de la tarde, que fue muy corto de viajes, aunque naufragó por completo sin decidirse a dar el paso con el cuarto, un toro de importante fondo que merecía mayor entrega y exposición. La gente se lo recriminó.

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