Adiós Joaquín

Publicado: 09/01/2021
Un político de los que nunca dejaba que el enfrentamiento ideológico traspasara la frontera de las relaciones personales
No ha empezado bien 2021. Nada más pasar la fiesta de los Reyes Magos, hemos recibido el duro golpe del fallecimiento de Joaquín Corredera, no solo un profesor de los de toda la vida sino que también fue un político de los de toda la vida. Porque no fue el socialista Joaquín Corredera un extraordinario gobernante (también es verdad que lo tuvo que hacer bajo el paraguas del singular Hernán Díaz en aquel pacto de gobierno) pero sí fue un gran político. Daba igual si con Joaquín compartías lo que decía o no, pero nunca dudabas que lo que defendía lo hacía convencido y, sobre todo, sin sobrepasar la línea de lo personal ni lo bajuno. Fiel escudero de su entonces líder Ignacio García de Quirós, en una portuense emulación del Quijote y Sancho Panza, Joaquín Corredera nunca fue un político maleducado sino todo lo contrario. Quizá por su profesión, mi recuerdo es el de un hombre siempre educado en las formas, que me trató con exquisito cariño durante los años que trabajé en El Puerto.

Un político de los que nunca dejaba que el enfrentamiento ideológico traspasara la frontera de las relaciones personales.

Pasan los años y sigo recordando aquellos “sin acritud” suyos en las intervenciones en los plenos que auguraban el mayor de los golpes dialécticos y que daban siempre en el punto débil del rival político. Es cierto que en España se entierra muy bien pero Joaquín Corredera merece que se le recuerde bien.

Porque hasta para dar paso, ante el creciente protagonismo que iba cogiendo David de la Encina en aquel grupo municipal socialista, tuvo disciplina, bondad, discreción y mucha mano izquierda. Y sin perder la sonrisa, porque ni en el debate más crispado perdía la sonrisa Joaquín Corredera.

Quizá sea momento de que el PSOE de El Puerto vuelva a esos valores y principios que encarnó la figura de Joaquín, quien aunque nunca se quitaba el pin con la rosa en la solapa de su chaqueta, siempre supo que defenderlo no podía ser a cosa de derribar, sino de explicar, de exponer, de debatir y de pensar en el interés general de los portuenses. Desde estas líneas, mi agradecimiento al buen trato, al cariño que siempre me dispensó y que, él sabía, era mutuo.

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