“Vivir en Ciudad Juárez cuando uno se compromete es un ejercicio ético complejo”, explica a la agencia de noticias Efe Susana Báez, profesora de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
Asegura haber recibido “presiones veladas” después de realizar investigaciones sobre violencia de género y narrativa testimonial, como el estudio del libro “El silencio que la voz de todas quiebra”, escrito por varias periodistas mexicanas.
“Un ocho de marzo, coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer, ofrecí una conferencia a educadoras de la localidad y en ese foro dije que no se podía hablar de derechos humanos cuando no se había esclarecido el asesinato de ocho jóvenes”, recuerda.
Aquella conferencia provocó que el presidente municipal de Ciudad Juárez, presente en la sala, descalificara su intervención. “El estado mexicano ha pretendido negar, silenciar y hacer olvidar la violencia de género infligida a las mujeres”, denuncia.
En Ciudad Juárez, enclavada en la frontera entre México y Estados Unidos y con más de 1,4 millones de habitantes, la violencia ha repuntado como consecuencia de los ajustes de cuentas entre cárteles de la droga.
A su juicio, México vive “una especie de guerra civil” debido a los más de 10.000 muertos que ha causado el narcotráfico desde 2006, y que el Estado mexicano es “incapaz de frenar”.
“Apuesto por hablar de estas problemáticas para permitir el retorno de un estado de derecho al país y lograr calidad de vida en Ciudad Juárez”.
Sin embargo, reconoce que abordar estas cuestiones puede poner “en una situación de riesgo porque existen ahora nuevas redes de violencia sin rostro ni origen conocidos”.
En los últimos meses, dos profesores universitarios han sido asesinados en Ciudad Juárez. “En la calle, a plena luz del día y sin que nadie sepa aún quién ha sido”, añade.
En general, las víctimas de los feminicidios son de clase baja, estudiantes u obreras de las empresas de ensamblaje, conocidas como maquiladoras.
Instalada con su hija en una ciudad española, confiesa que hasta hace poco su vida era “un continuo sobresalto”: “sin saber si al salir a la calle te iban a secuestrar, asaltar, asesinar o si al llegar al trabajo ibas a encontrarte con la noticia de que una persona cercana a ti había sufrido algunos de estos hechos”.
“Es una ruleta rusa, donde puede ser que nunca te toque un acontecimiento de violencia o puede que ese día seas tú la víctima”, explica esta profesora.
“Y si encima te visibilizas frente a la comunidad hablando fuerte de estos hechos, tienes más posibilidades de que te toque la ruleta”, comenta.
La universidad, según ella, debe “poner el dedo en la llaga advirtiendo de que todos estamos en peligro, aunque incomode al Estado”.
“Cuando un investigador habla de estas problemáticas, su voz se vuelve incómoda y se intenta silenciar, no divulgando sus trabajos o con amenazas veladas, como decirte que hay que dedicarse a enseñar y no meterse en problemas”, relata.
Junto a dos ex alumnas, Susana Báez había formado un grupo de cuentacuentos urbanos para “crear a través de la literatura condiciones más aceptables para la juventud del municipio”.
Esta profesora mexicana asegura que es víctima de la violencia en la medida que lo son todos sus habitantes.