Casi un centenar de niños de entre cero y tres años del Centro de Educación Infantil ‘El Duende de la Joya’ de Cartaya han recibido una lección que no olvidarán jamás. Para ello, se han trasladado a la granja escuela Bantabá, situada en Gibraleón, donde han aprendido cosas tan básicas para los adultos, pero tan difíciles de entender aún por ellos mismos, como que para obtener una planta primero hay que sembrar una semilla, y que ésta posteriormente hay que regarla, o que el pan se elabora a base de harina, sal, agua y levadura.
Pero lo realmente interesante es que lo han aprendido de forma totalmente práctica, participando ellos mismos en las labores típicas de una granja, donde además han podido conocer y tocar algunos de sus animales más comunes como cerdos, ovejas, cabras, conejos, patos, ocas, gallinas y hasta un amigable burrito.
Los pequeños han acudido acompañados por sus padres y por las monitoras del centro, aunque una vez en Bantabá se pusieron a disposición de los responsables de dicha granja escuela, que iniciaron las actividades con un cuentacuentos ilustrado, en el que enseñaron a los pequeños de forma muy amena a distinguir las cuatro estaciones del año. No pestañeó casi nadie, y todos pudieron comprobar cómo en invierno nieva, en otoño llueve, en verano hace calor y en primavera florecen los campos.
Pero sin duda una de las actividades más ilustrativas de la visita fue la del huerto, en el que ellos mismos sembraron distintas semillas y donde pudieron comprobar de donde salen los tomates, pimientos, calabazas, calabacines o berenjenas con que se aderezan los alimentos que comen cada día en casa.
Por otra parte, y con lo que más disfrutaron, fue con la visita a los establos, zahúrdas, gallineros o estanques con que cuenta la granja, donde conocieron de cerca, tocaron y hasta pudieron alimentar a los animales que en ellos habitan. Pudieron comprobar por ellos mismos cosas tan simples, pero a la vez tan vitales, como que un patito recién salido del huevo ya sabe nadar, o el tipo de alimento que gusta a cada animal.
Finalmente, cada uno de los pequeños disfrutó elaborando su propio bollo de pan de forma totalmente natural y en un antiguo horno de leña. La harina les llegó en algunos casos hasta las cejas, pero mereció la pena ya que de esta forma se pudieron llevar hasta un pequeño recuerdo de la gran lección que, sin darse cuenta, habían aprendido a lo largo de toda la mañana. Sin duda, una experiencia que no olvidarán jamás.