Calles, plazas y hogares, ríos, playas y montañas, aire azul, nubes algodonosas, mares más extensos que la tierra emergente, vida orgánica, silenciosas rocas de consciente vida física, esférico planeta, ni un solo rincón ha quedado libre de algún diálogo sobre las fiestas que acabamos de celebrar. Un niño quiere jugar a ser Dios y una madre se sorprende de su virginal pureza, tal como se le había anunciado. El misterio es la cuna de lo sobrenatural, que se mece en los brazos de la creencia. La inteligencia nace limitada por la vida racional, que la flagela con sus balanceantes deducciones. La duda es “la espada de Damocles” que ha forjado una evolución desmemoriada. El recuerdo y la historia son el arco y la flecha que buscan la diana, con puntería muy diferente según la palabra o la mano de quien interviene en su disparo. Las creencias, cada vez más ínfimas, son las plazas de la ciudad de la fe. El ateísmo y el laicismo consideran falsedad o cuento todo aquello que le viene demasiado ancho a su resbaladizo terreno de agrio terruño. La indiferencia es el protagonista de la espiritualidad de la fiesta. Ni quita, ni pone, pero sigue siendo esclavo de su señor que no es otro que el escepticismo, la inepcia o la pereza. Según cada uno, en su forma de proceder, la fiesta tomará giros distintos desde el concepto de diversión, negocio, vacaciones, intensa gastronomía o frivolidad, a la idea de unión, fraternidad y goce familiar, en derredor de una tradición divina. El mundo sigue tendiendo cada vez más a ser una amalgama combinatoria, más que una mezcla, donde cada elemento conserva su calidad e individualidad.
A pesar de estas diferencias expuestas, hay en estas fiestas verdadera alegría y cordialidad, entre los ciudadanos de a pie, que pisan asfalto. Otra cosa muy distinta es, lo que se siente entre los que apoyan sus pies en alfombras de amplios despachos, donde el cinismo suele brillar más que la limitada luz de la linterna del compañerismo y loa amistad.
El niño nace inocente, pero las circunstancias que ocurrieron en estos días, fueron la confirmación de que se trataba del verdadero Mesías, el Rey de los Judíos, el hilo conductor de las conciencias universales. El poder será criticable desde los más variados puntos de vista. El que lo ostenta puede ser mas agudo o sagaz que el lince o mas mediocre que el koala, pero como este marsupial, sabe exponer su encanto y la variabilidad de sus afirmaciones, al servicio del “sillón” del que no acepta despegarse y sus reacciones ante quien lo intente, no le frenaran sus determinaciones trágicas.
A Herodes “Herodes el grande” Rey de Judea, que gobernó el territorio gracias a Roma con cuyo apoyo llegó al poder, no le importó conseguirlo con esta ayuda a pesar de que se trataba de verdaderos enemigos dominantes., pero cuando unos Magos le comunicaron que había nacido un Mesías futuro Rey de los Judíos, su estremecimiento y temblor de extremidades, unidos a la burla que aquellos Reyes le hicieron, hizo brotar en él el instinto criminal como único medio de conservar lujo, palacio y poder y, tras un fácil cálculo de fechas, dio la orden de asesinar a todos los niños menores de dos años en Belén y su comarca. A partir de este hecho, los Santos Inocentes no se olvidarían jamás en la historia
Quizás si no hubiese existido Maquiavelo habría que inventarlo: “el ser humano tiene una dualidad que se debate entre su condición humana y su condición animal”. Suavizando las frases diríamos que es capaz de los mayores logros o hazañas, a primera vista imposibles, pero con la fatalidad de que para llevarlas a cabo roza en bastantes ocasiones con la posibilidad de hacerlas utilizando la soberbia, el egoísmo, el desprecio o el instinto animal, como ocurrió con los Santos Inocentes.
Ante la necesidad de corregir tan atroces medios, hombres y mujeres, en vez de optar por la erradicación, lo han hecho mediante el eufemismo y la criminal matanza de aquellos niños, el Día de los Santos Inocentes, ha quedado como una efeméride de agrado y broma olvidando las vidas aniquiladas.
Como normalmente el ser humano tropieza reiteradamente en el mismo camino, la historia se repite. Ahora, al menos, en la mayor parte de las veces, incruenta desde el punto de vista físico, pero funesta y de consecuencias imprevisibles para el desarrollo de una vida en paz y bienestar. En la actualidad “el cortar cabezas” es un eufemismo político que indica que tu libertad pende de un hilo que soporta a una marioneta ciudadana y hay una “tijera de poder” que tiene la potestad de cortarlo.
Como siempre predomina en nuestros días la soberbia sobre la inteligencia y el instinto sobre la razón y los medios para esto prosiga de idéntica forma no son precisamente la verdad, la honradez, la responsabilidad, la obligación o el compromiso. Conservar el palacio y el mando siguen siendo la única finalidad de los que ostenta el poder y mientras no le toquen estas prebendas, son capaces de aliarse con Roma o con el diablo. Por eso en realidad hay más luces artificiales que creencias naturales en estas fiestas. Por eso el Niño/Dios no es ya el centro del protagonismo en estos días de asueto y por todo ello es por lo que los ciudadanos entre bromas y buen humor, siguen sin darse cuenta que en realidad, en gran parte y a día de hoy son ellos los “nuevos inocentes”.