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‘Taxi-Teherán’: Fundido en negro

Aquí se sirve del ardid de ejercer como taxista improvisado, situando la cámara oculta en el salpicadero del vehículo, para observar al paisanaje que en él se sube y, de paso, tomarle el pulso político, económico y social, a través de la ciudadanía que lo sufre, a un régimen dictatorial y represor

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Conviene recordar, antes de entrar en detalles críticos, que el realizador de esta película, el iraní Jafar Panahi, cosecha del 60,  ha sufrido cárcel y torturas. Que ha hecho huelga de hambre. Que le fue retirado el pasaporte. Que está condenado, desde el 2010, a 20 años de inhabilitación para filmar, salir de su país o ser entrevistado.

Todo ello “por actuar contra la seguridad nacional y hacer propaganda contra el Estado”, pese al clamor internacional en contra. El Oso de Oro que ganó en la pasada Berlinale por ‘Taxi-Teherán’, solo ‘Taxi’ es su título original, fue recogido entre lágrimas por su sobrina, que interviene decisivamente en ella. En este mismo Certamen obtuvo también el Premio Fipresci.

Este hombre íntegro y valiente, este ciudadano comprometido con las libertades y con los derechos de las mujeres, ha rodado clandestinamente, con la que nos ocupa, tres cintas más desde que está en dicha aberrante situación. Aquí se sirve del ardid de ejercer como taxista improvisado, situando la cámara oculta en el salpicadero del vehículo, para observar al paisanaje que en él se sube y, de paso, tomarle el pulso político, económico y social, a través de la ciudadanía que lo sufre, a un régimen dictatorial y represor.


Así que van sucediéndose los personajes en ese transporte público que allí gente desconocida puede compartir. Como partidario y detractora de la ‘ejemplarizante’ pena de muerte. Como un hombre herido accidentalmente camino del hospital, con su esposa, que requiere del móvil del conductor para favorecerla en su testamento.

Como dos amigas y dos peces cuyo recipiente se rompe por un frenazo, pero se improvisa otro, con un destino que no debe obviarse. Como la ya citada sobrina del director, muy inteligente y divertida, quien filma a su vez con su cámara y expone las reglas que le imparten en la escuela de lo ‘filmable’ y ‘distribuible’ o no. Como una abogada amiga, como un vendedor de cintas ilegales, incluidas las del propio protagonista. Como un largo etcétera, en el que retrata con agudeza y lucidez, con generosidad y humor, un estatus quo opresivo en una urbe luminosa.

Como lo es también la mirada sabia y generosa de un hombre inteligente que rehúye, en este docudrama tan particular, tanto el costumbrismo que le acecha como los subrayados fáciles. No hay nada fácil, en efecto, ni facilón aquí. Muy al contrario. Esa cámara oculta, pero visible e identificable para ciertas personas, para ciertos-as pasajeros-as de un taxi único, con un conductor de lujo, sabe registrar, no solo el aspecto amable, pintoresco e irónico de un inicuo stablishment plasmado en sus habitantes, sino el lado oscuro y se funde en negro. Compruébenlo viéndola. No pueden perdérsela.

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