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Campo de Gibraltar

Los menorquines aportaron a la creación de la sociedad de Gibraltar

Estas raíces que provienen desde Menorca podrían estar detrás del término 'yanito'

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  • Peñón de Gibraltar.- -

Cuando se habla del crisol de distintos orígenes que conforma la sociedad gibraltareña, las referencias generalmente se centran en la inmigración, a través de los siglos, de británicos, españoles de distintas regiones de la Península, judíos, malteses, genoveses, portugueses y, más recientemente, de marroquíes. Por desconocimiento, pocas veces se incluye en este elenco a los menorquines, que compartieron la soberanía británica con Gibraltar durante casi cien años tras el Tratado de Utrecht (1713). En esta época de dominio británico hubo un intenso intercambio entre Gibraltar y, en particular, el puerto de Mahón (Maó) que no se paralizó tras la vuelta de la isla a la corona española en 1802. Los minorkeens, como llamaban los ingleses a los isleños, siguieron viendo algunos años más a Gibraltar como un destino provechoso de emigración y comercio y contribuyeron en medida importante a la construcción de la sociedad yanita.

El lingüista y periodista catalán Martí Crespo i Sala se ha propuesto poner de relieve la importancia de esta presencia balear en el Peñón. Con este fin, Crespo, gran conocedor y aficionado a la historia de Gibraltar, escribió y acaba de presentar “Els ‘minorkeens’ de Gibraltar” (Institut Menorquí d’Estudis/Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2018), el primer estudio dedicado exclusivamente a la emigración menorquina a Gibraltar a partir del análisis pormenorizado del Archivo Nacional de Gibraltar así como de los archivos diocesanos de Gibraltar, Cádiz y Menorca.

El eslabón de la Iglesia

“Es importante reconocer la importancia de la conexión eclesiástica”, nos explica Crespo. “En el Tratado de Utrecht, los ingleses se comprometieron a permitir el libre ejercicio del culto católico en Gibraltar, pero veían con cierta ansiedad el crecimiento de una población católica, cuyos vicarios generales y clero respondían al obispo de Cádiz, relación especialmente indeseable en los momentos de ataques militares españoles a Gibraltar en 1727 y en el Gran Asedio de cuatro años entre 1779 y 1783.” A partir de 1720 se prohibieron visitas del obispo gaditano y en la década de 1730 se empiezan a nombrar clérigos de Menorca para las vacantes del Peñón, solución perfecta para el problema en cuestión ya que los minorkeens eran también súbditos británicos, en principio menos predispuestos a seguir las instrucciones de una diócesis alejada como la de Cádiz.

El isleño Francesc Messa, vicario encargado de la iglesia en Gibraltar durante el Gran Asedio, dejó de hecho el único relato civil de estos cuatro años de resistencia heroica del Peñón contra los sitiadores franceses y españoles, escrito en un castellano catalanizado y que Crespo incorpora íntegramente como apéndice. Messa también fue importante porque, en su nombre, en la década de 1780 el Gobernador de Gibraltar pidió a Roma que desligara la vicaría de Gibraltar del Obispado de Cádiz, una petición que la Iglesia escuchó en 1816, convirtiendo al Peñón en vicariato apostólico bajo supervisión directa del Vaticano. Y en 1910 se transformaría en la diócesis actual. Los menorquines fueron imprescindibles en estos primeros pasos para independizar al régimen eclesiástico local.

 

Los primeros menorquines

Pero Menorca no solo enviaba clérigos a Gibraltar. Durante la segunda mitad del XVIII, en el Peñón un buen número de zapateros, sastres, carpinteros y canteros, por ejemplo, eran de origen menorquín. Muchos de los isleños, además, al provenir de la zona del puerto de Mahón, reunían las habilidades necesarias para encontrar trabajo relacionado con los esfuerzos navales de guerra de los británicos, en un siglo convulso que vio pocas décadas de paz. De la misma manera, les atraía la iniciativa particular relacionada con la guerra: el corso, figura legal empleada por todas las potencias navales de la época, que permitía a particulares apresar a barcos comerciales del enemigo y dividir la mercancía capturada con el estado adjudicador. La familia Escarnitxi (también Scarnichia) pasó de Nápoles a Mahón y luego a Gibraltar vía Génova, realizando, de este modo, un trayecto muy simbólico de la procedencia de la mayoría de la población de Gibraltar. El vástago mayor del clan, Jaume, casado con la gibraltareña Vicenta Picardo, capitaneó uno de los mayores buques corsarios de la época, el Royal Hibernian, de veinticuatro cañones, y años más tarde terminó como almirante de la Armada portuguesa.

El censo de 1777, el primero que recoge a ‘nativos’ de Gibraltar, cuenta entre estos con unas 130 personas con apellidos menorquines, algunos registrados con una grafía inglesa: el marinero Gregori Abrines, el barquero Thomas Allow (de Alau), el zapatero Simó Pratts… y así hasta llegar a representar un 6% de la población civil. Los siguientes apellidos menorquines de censos de los siglos XVIII y XIX perviven en el Gibraltar de hoy y aparecen en la guía telefónica: Abrines, Alsina, Andrew (Andreu), Bagú, Barceló, Cabedo, Cabrera, Cardona, Carreras, Fa, Ferrer, Fiol, Gomila, Guillem, Llambias, Llufrio, Mora, Netto, Orfila, Roca, Seguí, Serra, Soler, Torres, Triay, Victory, Vila y Vinent.

La memoria de los isleños también se ha plasmado en los nombres de algunas calles de Gibraltar, como por ejemplo en Tudury’s Steps y, posiblemente, en Giró’s Passage y Carrera’s Passage, aunque estos dos últimos casos también podrían ser de procedencia genovesa.

 

¿El origen del vocablo yanito?
Otra aportación sorprendente desde Menorca puede ser el origen, o por lo menos uno de los posibles orígenes, del término llanito o yanito. Este apelativo, que se usa para denominar a los gibraltareños y a su lengua, suele explicarse como una corrupción de los nombres John o Gianni, frecuentes en los pobladores del Peñón de la época. En el catalán de Menorca, a los ingleses se les solía llamar jan (con orígenes similares), una palabra que podría haber llegado a Gibraltar para pasar a denominar a los habitantes del Peñón.

En menorquín existen bastantes anglicismos, al igual que en yanito, algunos aún en pleno uso[1]: xumèquer (zapatero, de shoemaker), xoc (tiza, caliza, yeso, de chalk), tornescrús (destornillador, de screwdriver), quic (rápido, de quick), quep (gorra, de cap), moguin (caoba, de mahogany), mèrvels (canicas, de marbles, como el yanito y linense meblis), blèc (negro, de black), boínder (ventana saliente con balcón, de bow window), bòtil (botella, de bottle), boi (chaval, de boy, que todavía sigue en uso en la frase “quatre jans i un boi”, equivalente a la expresión en castellano de “cuatro gatos”).

Los tataranietos menorquines
“Siempre hemos sabido que procedíamos de Menorca, pero sin tener claro si los antepasados eran cristianos o hebreos”, cuenta Michael Netto, coordinador de Relaciones Internacionales del sindicato Unite. “La investigación de Martí Crespo es de gran provecho para todo Gibraltar porque cada vez interesan más nuestras distintas herencias históricas”, puntualiza.

Darren Fa, director de Investigación y Programas Académicos de la Universidad de Gibraltar, sabe bastante de su ascendencia menorquina, que remonta a un tal Diego Fa que llegó de Mahón a finales del siglo XVIII. “Hasta influyeron en la vestimenta gibraltareña de la época, con sus gorros de marinero que parece que eran típicos de la isla. Pero mi herencia, como la de casi todos los gibraltareños, es una mezcla de todo el arco mediterráneo. Es este mestizaje el que da el sabor a Gibraltar.”

Melo Triay, conocido abogado del Peñón, apunta lo siguiente: “Nuestro origen menorquín se remonta a Bartolomé Triay, que llega de Mahón y cuyo hijo Juan, nacido en 1796, es el primer Triay gibraltareño. Es interesante ver a través del libro de Crespo que el dominio británico también impulsa a la emigración menorquina hasta la Florida, entonces británica, como alternativa a otros destinos americanos de dominio español. Para nosotros, la ascendencia menorquina es un componente interesante de nuestra identidad gibraltareña, que es la que nos une a todos y nos define”, concluye Triay.

El autor y académico M.G. Sánchez, que ha versado mucho sobre la identidad gibraltareña, nos comenta: “Gibraltar es un crisol de culturas y procedencias. Su fusión y el mestizaje han devenido en el gibraltareño de hoy. Yo, por ejemplo, tengo una tatarabuela nacida en 1848 en Menorca, apellidada Vicens, que se casó con un yanito llamado James Savignon, de origen genovés o francés. Hay pocas microsociedades como la de Gibraltar que reúnan una procedencia tan diversa de nacionalidades y religiones. Este mestizaje crea una sociedad única, pero múltiple, apoyada en una ejemplar tolerancia al prójimo. Es un tesoro digno de investigación.”

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