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Malandrines y contrahechos

"Encumbrados premios Nobel de literatura como Mario Vargas Llosa, también insigne en posición y venido a menos en su defensa de la justicia social, ahora se codea con el poder y reúne a la flor y nata de contrahechos personajes...”

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  • Ilustración de Jorkareli. -

En castellano ´malandrín´ solía ser una palabra de uso corriente y según la RAE significa bellaco, perverso, ratero…una persona de mal vivir.
Da la casualidad que la Real Academia Española, como centenares de organizaciones e instituciones vinculadas al servicio público de nuestro país, son sufragadas por las arcas públicas, cuyos contribuyentes no dan crédito al chorreo (por no decir caudal), de la cantidad de malandrines que revolotean a nuestro alrededor, enfundamos en chaqué y aderezados con pajarita sobre alfombra roja.
Que ésta, Real Academia, sea Real y además Academia, ¡española, no cabe duda!, a tenor de los personajes  y personajillos que participan en ella, dice mucho de la orientación que se atribuye.
Félix de Azúa aglutina títulos de escritor, filósofo, profesor de estética, traductor y periodista y además, recientemente, ocupa el sillón ´H´ de la RAE.
Para quien no tenga una referencia actual del Sr. Azúa, basta con que utilice las redes para encontrarse con las últimas y luminosísimas declaraciones que ha vertido públicamente sobre la alcaldesa de Barcelona Ada Colau. Todo un ´referente´.
Y siguiendo con las letras, que dan mucho de sí a tenor de los hechos, pareciera que se ponen de acuerdo los chaqués y las pajaritas para, desde su trono, insuflar las corrientes facinerosas preñadas de vergüenza ajena y hastío por repetidas, cuando no de ofensas a la dignidad de las personas y sentido común, tanto social como personal.
Encumbrados premios Nobel de literatura como Mario Vargas Llosa, también insigne en posición y venido a menos en su defensa de la justicia social, ahora se codea con el poder y reúne a la flor y nata de contrahechos personajes, rodeados de moscas, que agitan sus alas en no sabemos qué banquete de excrecencias ideológicas y culturales.
La deformación del cuerpo, en la mayoría de los casos ajena a la voluntad, no es vicio a tener en cuenta por las personas de bien. La deformación del alma, suele ser otra cosa.
Estos son los títulos, reconocimientos,… en definitiva currículum que requiere la vida moderna. Da igual que se desvíen impuestos a través de empresas offshore, o que la voz de la lengua española se ensucie en vejaciones machistas y de tinte misógino. Lo importante es con  quién y cómo te relacionas y a qué familia perteneces. Así sabremos qué grado de influencia puedes tener.
Hablamos de la cultura. Ese pretendido cultivo o conjunto de conocimientos que permite a las personas desarrollar su sentido crítico. Hablamos de sus personajes. Hablamos de quienes siendo reconocidos y galardonados por nuestros representantes y toda una caterva de idiotas amantes del estrellato, se atreven, desde su posición pública, ofender valores tan primarios en su apreciación y respeto, que la incredulidad no nos alcanza.
Como dijera Leonardo Da Vinci, “Quien de verdad sabe de qué habla, no encuentra razones para levantar la voz”. Sin embargo el volumen no proviene solo del tono, sino de la posición y el alcance de las palabras.
La ignorancia, los intereses, los siete pecados capitales y hasta el credo rezado al revés, nos vienen mostrando como, hoy día, que todo se sabe - o casi todo -, tanto prestigio abruma, tantos estudios denuestan y tanto título…no sirve para nada. Sobre todo si la edad no cura en sabiduría, prudencia y conocimiento.
Artistas, empresarios, futbolistas, políticos, hombres de letras (¿por qué el genérico es masculino?), toda una caterva contrahecha de alma, deja perplejo el más mínimo acuse de recibo de lo que está sucediendo al otro lado de la geografía social. Y lo que sucede es que, quienes de este lado venden cine, literatura, buenas palabras, distracción e imagen, en el otro contribuyen callados o de forma directa a uno de los episodios más vergonzosos de nuestro siglo: la deportación de miles de personas que huyen de la barbarie.
Mientras que el ogro de la banalidad fundamentada en nuestras propias quimeras y vicios sea el pedestal desde el que miramos, el ser humano no evolucionará. Podremos coger un pincel y pintar muy bonito (desastrosa expresión en el arte), podremos leer y aprender a escribir o tener diez master en teoría de la estética, filosofía o historia del arte, que, como no nos sustente la equidad, humanidad y justicia, seguiremos siendo malandrines de la RAE o Nobel de la contrahecha e injuriosa decadencia del ser.

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