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Diario de un jubilata

Escribo Constantinopla y en el ínterin, en alguna parte del tercer mundo, muere un niño. Tic-tac, tic-tac, dos vaivenes del reloj de pared y otro niño o niña que deja este mundo por el hambre. Más de veintiún mil quinientos cada día.

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Escribo Constantinopla y en el ínterin, en alguna parte del tercer mundo, muere un niño. Tic-tac, tic-tac, dos vaivenes del reloj de pared y otro niño o niña que deja este mundo por el hambre. Más de veintiún mil quinientos cada día. Uno cada cuatro segundos. Una masacre enmudecida en el fragor extraño de una selección absurda de lo que es o deja de ser noticia. Y esta, terrible, ya nadie la cuenta. Para qué.

Hace un mes se han reunido algunos países -casi todos pobres, claro- para lamentarse por la clamorosa injusticia y, en medio de locuciones críticas, sonó la voz del Papa proclamando algo que nadie dice: Que no hay que inventar alimentos, que hay comida de sobra y que solo consiste en repartirla equitativamente. Sin quitarnos nada, solo usando adecuadamente los recursos que nos brindan la naturaleza y la tecnología. Patético, sin duda.
Y mientras siguen muriendo, los que sobreviven tienen por delante un futuro más que negro. Serán maltratados o violados o, también, violentados y convertidos en obreros con cuatro o cinco años, en soldados de guerras interminables e injustas -todas lo son- en cuánto puedan sujetar un arma. Guatemala y Guatepeor, ya se sabe.
Estamos en el mes, en los días, en que todos nos sentimos especialmente generosos. Yo, ahora, continuamente, escucho los cuatro segundos y buscando soluciones reparo en que, tal vez, pueda conseguir que el tic-tac deje una sola vez de ganarse su víctima. Si yo y otros veintitantos mil detuviéramos un día entero, un solo día, el vaivén del péndulo veríamos abrirse una puerta a la esperanza. Y eso puede ser tan fácil como felicitar en Navidad con tarjetas de UNICEF, por poner un ejemplo.
Cada vez creo más en las organizaciones caritativas, en las de verdad, en las contrastadas, que hay casos de mucha buena voluntad y escasos resultados por falta de la imprescindible experiencia. Aquí tenemos a Cáritas, porque aquí dentro también hay hambre, ya se sabe. Menos, pero la hay.
Hoy he querido reflejar aquí esta inquietud. Hoy me gustaría tener poder de convencimiento y medios suficientes para parar el reloj de la muerte. Pero es posible -lo ha dicho el Papa- y entonces podré escribir Constantinopla sin que algo se turbe en mi interior.

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