Este sábado pasado fui a los toros. Perdón, fui a donde antes eran toreados los toros, que es muy distinto. Me lo habían dicho: Paco, llégate a la Plaza de Toros y verás algo original. Como la gente sabe que estoy loco y me gusta todo lo que se sale de lo normal, me manda a los sitios más raros. Ya en el manicomio me habían dicho que en La Isla no había toros desde hace muchísimo tiempo.
Picado por la curiosidad, pedí permiso para salir y me lo dieron sin rechistar, porque pensarían que más vale loco contento que cuerdo disgustado. Les hice caso a mis amigos; cogí calle Real abajo, doblé por la calle Nicola frente a Capitanía, y observé, según me iba acercando a la barriga del redondel, que las taquillas estaban cerradas, que no había colas para entrar y que ni siquiera olía a toro. Me iba a dar la vuelta, pero me di cuenta de refilón de que había gente que entraba por la puerta trasera de cuadrillas. Hasta ahora nada era original como me habían asegurado. Pero nada más entrar por allí, me paró un señor, D. Antonio Jesús Sánchez por más señas, que me invitó a pasar sin pedirme entrada ni de sol ni de sombra, cosa que me maravilló. Me atendió muy bien y me hizo recorrer los pasillos de albero donde ya casi olía a toro, pero sin oler del todo. Las cosas habían cambiado. A la izquierda lucían numerosos aseos incluso para señoras, que por cierto también orinan según tengo entendido. Y luego aparecían pequeños rincones con distintos motivos taurinos, del Camarón… Pero lo que más me gustó fue la arena de la Plaza, es decir, el ruedo puro y duro, donde en el pasado lo mismo se celebraba una charlotada, que se revolvía un pedazo de toro, que acogía montones de sillas de tijeras frente a una pantalla colocada en el graderío de lo que se llamaba Cine Avenida. Por si acaso, mi vista se fue a los toriles, por donde salían los bichos, pero en ese preciso lugar lucía una barbacoa con todos sus avíos. Muchas mesas ocupaban el centro del ruedo con sus sillas alrededor y alumbradas por bombillas colgando, tal que parecía una feria. La blancura de los graderíos brillaba en la noche sin espectadores.
D. Antonio Jesús, que es el que ha debido bregar tela para poner todo aquello en condiciones, me explicó que se cumple este año el 150 aniversario de la creación de la Plaza. Hoy es un original restaurante, aunque los que esperaban mesa no se apartaban de los burladeros. Comí allí como los auténticos dioses, con un servicio simpático y muy atento a todo y con calidad en la comida. Además, se ofrecen actuaciones musicales los sábados. Me llamó la atención que los platos se anuncian por derecho, sin laberintos y sin palabras que traducir al cristiano, es decir, la carne al toro es carne al toro sin más historias.
Yo siempre he dicho aquí, y lo mantengo, que no me gustan los toros, a no ser que sea con patatas. Por eso me he alegrado de que la Plaza de Toros hoy se llame La Plaza 1871 y de que haya cambiado totalmente su filosofía. A ver si hacen lo mismo con este manicomio y nos ponen en la calle de una vez.
A D. Antonio Jesús Sánchez quiero darle las gracias por sus atenciones y desearle todo lo mejor, porque ese anillo que es la antigua Plaza de Toros le viene muy bien al dedo de La Isla.
Suerte, maestro.