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Notas de un lector

Tu mirada tiembla en mis manos

Bajo el sugestivo título de “La espalda de la violinista” (Fundación José Manuel Lara. Vandalia. Sevilla, 2017), ve la luz el primer libro de Teresa Gómez

Publicado: 19/03/2018 ·
13:21
· Actualizado: 19/03/2018 · 13:21
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Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Bajo el sugestivo título de “La espalda de la violinista” (Fundación José Manuel Lara. Vandalia. Sevilla, 2017), ve la luz el primer libro de Teresa Gómez. Esta granadina del 60 -que ya había editado poemas en distintas revistas- ofrece, pues, su bautismo lírico. La propia autora confiesa que el poemario nació al par de la contemplación de  la intérprete del concierto de violín de Beethoven, y al observar detenidamente la danza de los pequeños músculos de su espalda. Y de aquel silente esfuerzo, que brotaba sin aparente sacrificio, comenzaron a surgir los  textos aquí reunidos.

Más de una década ha necesitado Teresa Gómez para vertebrar este volumen meditativo, amatorio, íntimo. Con un verso muy bien acordado, la poetisa va alzando de forma pausada la esencia de su  decir. Un decir que se hace palabra emocionada en el tiempo, que dialoga con el ser y refuerza las constancia de lo vivido: “De haber sabido que vendrías,/ hubiera escrito versos/ y compuesto canciones para cantar contigo/ cuando la noche pone seda y fuego/ donde pitas y adelfas/ parecían/ las únicas amarras del destino./ Hubiera detenido/ minutos y segundos/ en la cuchilla azul/ de la luna creciente”.

No hay en estos poemas irrealidad, sino anhelo de enfatizar la cotidiana experiencia, algo que conjuga de forma precisa con los postulados de aquella“otra sentimentalidad” de la que Teresa Gómez afirma haberse empapado. Mediante una generosa comunicatividad y un discurso humano envuelto en la compleja sencillez de un lenguaje eficaz, nacen instantes de remembranza, territorios familiares, ilusiones idas, pretéritos aromas, amargas confidencias, luminarias esperanzas: “Si me buscas, / hazlo entre la gente que mira en silencio/ como cae la tarde./ Pregunta en el puerto/ dónde está mi nombre,/ dónde mi destino./ Búscame en la arena,/ en aquellas peñas,/ en aquellas olas que trae el horizonte,/ muy cerca del cabo,/ cerca de tus redes”.

Tras este tono explícito, sensual, hay, a su vez, un yo que pugna por transmitir un mensaje pleno de hondura, calador, donde la corporeidad de los gestos se traslade al papel sin ambages. En su prólogo,  Ángeles Mora afirma que  “a pesar de usar la lengua común, de todos los días,  el poema se condensa, se concentra en imágenes, sujetas al hilo y la intención profunda del discurso”. Y precisamente, son esos los momentos en los cuales el poemario alcanzauna mayor temperatura lírica y cuando las fronteras del verso traspasan el alma lectora: “La noche tiene garras que te tocan de pronto/ y son como tus besos cuando no estás conmigo./ La noche es una anciana que se sienta a mi lado/ y me cuenta sus sueños con un hilo de voz./ Por dónde van tus dedos que no me están tocando,/ por dónde los caballos que me roban tu risa./ La noche es esta vieja que se acuesta conmigo”.

En suma, un libro de palabras fértiles, dadoras de una certidumbre unánime y de cuya ferviente conciencia nace un testimonio iniciático y honesto: “Caen mis versos,/ ahora que tu mirada tiembla en mis manos,/ como cae la luz,/ como caen las hojas,/ como caen los años, mis años”:

 

 

 

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