Entre que vivimos y que volamos, nos encontramos con problemas que podemos resolver y otros que por mucho que nos empeñemos no tienen solución. Cuestiones exclusivas, únicas e irrepetibles y personajes y situaciones corrientes, vulgares y repetitivas.
Cuando nos olvidamos del diálogo es muy difícil encontrar la manera de partir las diferencias y llegar a un acuerdo, y damos una y mil vueltas a una retórica inútil que no nos conduce a ningún sitio, y por mucho que insistamos suena a cancioncilla pesada, triste y eternamente inacabada.
En demasiadas ocasiones se nos olvidan los objetivos y las prioridades de nuestro horizonte vital, y es que lo primero es ser capaces de cuidar de nosotros mismos si queremos estar en condiciones de cuidar a los demás, sabiendo que hemos de tener claro cuál es la línea divisoria entre lo nuestro y lo de los otros.
La organización de nuestro tiempo es esencial para saber gestionar nuestras emociones y no dejarnos llevar por el estrés. Resulta difícil estar centrado si estamos en una constante pelea de gallos y vamos de sobresalto en sobresalto.
Sabemos y ejercitamos con legitimidad nuestra rebeldía y nuestra protesta, lo que nos descalifica y nos deja fuera de juego son los numeritos, los monólogos interminables, los horizontes sin esperanza, los intentos que siempre resultan fallidos.
Todos de una u otra manera somos sujetos de la necesidad, y entre sensaciones internas y resonancias externas, lazos y experiencias comunes, discrepancias y diferencias singulares nos resulta extraño que haya quienes renuncien a aquello que jamás han tenido.
Luchamos por conseguir el amor de los demás, entre pensamientos e imágenes, aguaceros y chaparrones, cuentos y horas de la verdad, lo que deseamos y lo que nos merecemos, las incógnitas con solución y los misterios por resolver, los fantasmas y los actores reales.
A veces cuando nuestros deseos se van cumpliendo, nos damos cuenta poco a poco del poder o la debilidad que tenemos y vamos midiendo nuestras fuerzas en contraste con la realidad. En ocasiones, conviene que nos equivoquemos y empezar de nuevo.
Con una visión amplia y saludable de las cosas, debemos dejar atrás las polémicas por banderas y banderías y los cocinados y guisos políticos que impiden la reflexión, la autocrítica y el debate, y no olvidar nunca que hay viajes que cambian la historia.
Tal vez la mejor de las actitudes sea dejarse sorprender por la vida, entre pájaros que sueñan y artistas que vuelan entre chutes de fantasía y bofetadas de realidad, y no aferrarnos a creencias fijas e inamovibles que nos limitan.
Cuando estamos vivos no dejamos de prestar atención a todo lo que ocurre alrededor, entre lo importante y lo insignificante, lo central y lo periférico, lo racional y planificado,y los impulsos y las emociones más primarias, los avances y los retrocesos, las firmezas y los vaivenes.
Debemos huir de esa gran afición que tiene e intenta inocularnos algunas gentes de estar apegados a la mentira y tener miedo de afrontar la verdad, entre expectaciones de lo ocurrido y visiones del paraíso. En ese difícil recorrido deberíamos no intentar dejarnos llevar por la pereza y mucho menos aburrirnos. En ese camino sucederán cosas mágicas que renovarán nuestras vidas por fuera y por dentro.