Dice un amigo conocedor de cuestiones celestiales que arriba tienen un grave problema de acogida, que ya les falta sitio en el limbo para atender a tanto ingenuo. Que el cielo se está quedando desierto porque llega poca gente buena, en el mejor sentido de la palabra. Que los malos son cada vez más malvados y que Pedro Botero se ríe junto a su caldera de los viejos infames y les está dando pasaporte para sus rápidas rehabilitaciones en el purgatorio, ya que los considera pánfilos en comparación con los nuevos villanos. A los ángeles caídos también les han concedido una amnistia atendiendo a sus antecedentes divinos. Hasta a Caín le ha dado el tercer grado y le permiten dormir en casa de sus padres. El caso es que el Supremo quería absolverlo, pero desde las profundidades se presentó un recurso de casación solicitando que al menos un día al mes se le devolviera al inframundo al ser el emblema del primer malo de la historia. En fin, que hasta en el cielo están desconcertados en este tiempo de vilezas y ruindades. La ambición y la codicia se han instalado en un mundo en el que el valor de la solidaridad es un bien proclamado por muchos pero ejercido por muy pocos, en el que los poderosos son cada vez más de ni una mala palabra pero de ni una buena acción.
Las víctimas de la pobreza energética en nuestro país crecen ante una indiferencia social que tan solo se estremece de manera efímera al ver las noticias. Los afortunados piensan que no les ha tocado y que alguien, no se sabe quién, ya pondrá remedio. Los santos inocentes de hoy son nuestros mayores que iluminan sus viviendas con velas convertidas en armas mortales o niños que deben acostarse al atardecer para guarecerse del frío invernal al abrigo de una montaña de mantas. Y para que haya santos inocentes es necesario que antes alguien se erija en ruin personaje. La desfachatez de la presentación de los esplendidos resultados del oligárquico mercado energético desenmascara a los villanos, sorprendiéndonos las caras que estaban ocultas tras sus enigmáticos consejos de administración. Mientras,la legión de ingenuos se indigna una vez al mes al recibir la factura eléctrica, que es la forma vampiresca de desangrarlos. Que el cielo se apiade de su ingenuidad.