Cuenta Suetonio como el emperador romano Vespasiano, en su afán recaudatorio, tuvo escasos reparos. Concretamente estableció un impuesto sobre la orina.
Se trataba de gravar la recogida de orina en las letrinas públicas (lo cual, generaba beneficio, pues se reciclaba con múltiples utilidades). Sin embargo, hubo a quien no le parecía muy digno semejante impuesto. Por ejemplo a su hijo Tito, que así se lo hizo ver a su padre. Éste, con cara de sorprendido, acercó unas monedas a su rostro y le preguntó si le molestaba su olor. Y como Tito respondiera que no, el emperador zanjó el asunto con una frase que ha pasado a la Historia: “El dinero no huele”.
En Cádiz, Vespasiano tendría ocasión de observar gran cantidad de olores y colores de las basuras de todo tipo comenzando por los excrementos perrunos, pasando por las inmundicias que dejan las caravanas que nos visitan continuamente y terminando con las basuras que dejan sus fiestas. Curiosamente en el Corpus, la ciudad ha permanecido más limpia e incluso con mejor olor que aportaba el romero esparcido por las calles de la carrera oficial.
Las suciedades que aquejan a la ciudad provienen de las costumbres (insanas) de algunos gaditanos. ¿Cómo es posible que un bañista ponga a su niña a desahogar sus esfínteres en la orilla de la playa y luego no lo recoja? Es posible y además lo visualizaron numerosos paseantes que se lo afearon a la implicada, la cual ni se inmutó e hizo mutis por el foro, dejándole su regalito a los veraneantes. Aquí no acaba la historia de las guarrerías, otra artista bañó a su niño con el dodotis en una piscina, cuando se le recrimina el acto, contesta con el mayor desparpajo que es orina de niño y esa no es insalubre. Increíble.
No acaba con lo descrito los pesares de los gaditanos. Hay otros signos de la barbarie urbana. Esos angangos que en sus motos o bicicletas, como si fueran modernos centauros, se cuelan en dirección contraria a la que va el desafortunado conductor, dándole un cierto susto. O, los que fumando con el mayor desparpajo ignoran las prohibiciones al respecto, por más que se lo recuerden numerosas cartelas, molestando a personas enfermas o a niños de corta edad. Si se le afea su proceder, su conducta se vuelve agresiva e irrespetuosa, son incapaces de reconocer que sus cigarrillos pueden dañar a los demás.
Otros signos de la estulticia de muchos moradores de Cádiz son las basuras que van dejando los transeúntes en su devenir cotidiano por su callejero, ignoramos si lo hacen por incivismo habitual o porque muchas papeleras han sido destruidas por las hordas urbanas que pululan por la ciudad.
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