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Javier y Andrés

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Andrés, el niño de Algeciras condenado por una enfermedad congénita de la sangre, la beta-talasemia, a mal vivir y no más de treinta años, sometido a continuas transfusiones que deteriorarían inexorablemente su organismo, está hoy totalmente curado y libre de esa terrible enfermedad heredada. Y ha sido gracias a su hermano Javier que nació para ayudarle, aportándole células madre de su cordón umbilical. A su hermano, a sus padres que tomaron sin dudarlo la decisión de llevar adelante el proceso, a la sanidad andaluza que, desde el 2004, aplica el diagnóstico genético preimplantacional, y a los científicos que han llevado a cabo el milagro.

Ésta es una bella historia de amor con final feliz. Y todos deberíamos felicitarnos ante este avance de la ciencia, capaz de transformar el dolor y la muerte en salud y vida. No es fácil comprender que determinados colectivos pongan el grito en el cielo ante un hecho tan magnífico, alegando que con este avance se está traspasando una línea moral fundamental que impide tratar a los seres humanos como meros objetos de investigación. Es ciertamente increíble que quienes se manifiestan partidarios de la vida y lo proclaman por las calles como un slogan, se pongan ahora al lado del sufrimiento y de la muerte.

En EEUU, Barack Obama ha levantado las restricciones impuestas al uso de fondos federales para investigar con células embrionarias; una restricción avalada por el inefable George Bush... ¡Como no! Y esta decisión ha irritado al Vaticano que, ante la afirmación de Obama de que su intención es “aliviar el sufrimiento humano”, le replica que el presidente de EEUU “no tiene el monopolio del buen samaritano”. Es cierto, nadie tiene ese monopolio, pero la Iglesia tampoco.

En la relación entre la fe y la ciencia no hemos sido capaces de superar la Edad Media. Hay quien se empeña en que el dolor es la definitiva purga y sólo a través del dolor se dignifica la vida humana. Bienvenidos los niños que, como Javier, nacen con un montón de vida y de salud bajo el brazo para repartirla entre su prójimo.

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