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Sin vergüenza

Artículo de opinión de Quique Pedregal, periodista, coordinador de Viva El Puerto

  • Quique Pedregal, periodista, coordinador de Viva El Puerto. -

Hay personas que no tienen vergüenza, que no les da corte nada, que no tienen apuros en mostrarse tal como son. A estos los envidio, de manera sana, pero los envidio. Más aún, me hacen gracia. ¿Cuántas veces nos callamos en la cola de un supermercado, en la frutería o en cualquier oficina por temor al qué dirán? 
Rufianes, inmorales, faltos de ética, rodean a las buenas personas. A veces por interés económico, otras veces por interés social, no dejan de cambiar de piel dejando el rastro de los despojos que han abandonado Con la edad se va perdiendo la vergüenza al mismo ritmo que se pierden el pelo o la verticalidad, lo que consiste en bordear la finísima línea que separa a la vergüenza de la imprudencia. El ser prudente no se riñe, por lo general, con sentir vergüenza. Es más, suelen ir de la mano. Si cometo una imprudencia, el primer efecto es morirme de vergüenza, pero cuando se deja de sufrir sudores por “haberla cagado”, comienza la libertad. Por eso las personas mayores son más libres, porque ya han pasado toda la vergüenza que tenían que pasar. Hasta aquí, homenaje a mis mayores por la sabiduría que portan y por la imprudencia sana que les caracteriza. Ya no les da vergüenza sentir vergüenza.
Ahora vamos con los sinvergüenzas. En mis artículos anteriores hablé de la mentira y del disfraz. En mi forma de entender la vida, la mentira piadosa suelo disculparla por aquello del mal menor o del consuelo, pero el disfraz de corderito tapando los colmillos del lobo… cuánto sinvergüenza. Y no hablo de política, que podría, sino del día a día, del que tienes cerquita y que no sabe que tú sabes que acaba de mudar la piel, como las serpientes, como tantas veces, como sólo él sabe hacerlo. A estos, por vergüenza ajena, no les increpamos ni recriminamos sus actitudes ¡porque nos dan vergüenza!
Rufianes, inmorales, faltos de ética, rodean a las buenas personas. A veces por interés económico, otras veces por interés social, no dejan de cambiar de piel dejando el rastro de los despojos que han abandonado. Estos despojos suelen ser los sentimientos del otro, tirados a la basura después de haber sido bañados en el más sucio barro. Contra estos sinvergüenzas deberíamos poner una frontera para que nunca más se acerquen a nuestra casa, a nuestros espacios más privados, a nuestras vidas.

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