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El Último McGuffin - Nosferatu (Robert Eggers, 2024)

Crítica de cine de Jesús González, de El Último McGuffin

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  • JESUS GONZÁLEZ. -

Robert Eggers lleva obsesionado con Nosferatu, la película de Friedrich Wilhelm Murnau, desde que tenía 9 años. Incluso ha confesado tener que ponerla de fondo durante las noches de insomnio para poder coger el sueño. Piensen en cualquier niño que se obsesiona con un cuento de hadas, solo que Eggers, me da a mí, no era un niño corriente. Hablamos del director de La Bruja (2015), El Faro (2019) y El Hombre del Norte (2022). Eggers, debemos suponer, sintió por aquel entonces una conexión irrefrenable con la dimensión de lo oculto, lo que probablemente le haya llevado a convertirse en uno de los referentes del cine de género de terror en la actualidad. De alguna manera, y solo tras tres películas majestuosas y ambiciosas, minuciosas, atrevidas y tan bellas como desoladoras, Eggers ha sentido la pulsión de recrear el cuento de hadas del vampiro Nosferatu. Una manera de arrancarse la estaca que le ha llevado a 10 años de preparación e investigación para dirigir una nueva versión de la película con la que, probablemente, comenzó todo. Y aquí me refiero a las ambiciones del director, pero también al género de terror tal y como lo conocemos hoy día.

Eggers no se contenta con volver al Nosferatu de Murnau, sino que va más allá de este, en busca de la esencia que historia, cultura y tradición definirían como el Nosferatu primigenio

nosferatu


El cine de Eggers, de una perfección formal abrumadora, no es solo fruto de un talento sobrenatural (que también) para recrear atmósferas, si no que parte de una importantísima y loable disposición por volver a los orígenes culturales del folclore en el que se basan sus historias. En otras palabras: Eggers no se contenta con volver al Nosferatu de Murnau, sino que va más allá de este, en busca de la esencia que historia, cultura y tradición definirían como el Nosferatu primigenio. Por eso la caracterización del imponente Bill Skarsgård como el Conde Orlok no obedece a arquetipos cinematográficos previos ni a convencionalidades heredadas por el género, si no a la necesidad de traer de vuelta al mito que atemorizaba a los niños gitanos cuando el mundo aún no se encontraba “alumbrado por la luz de gas de la Ciencia”, utilizando las palabras de Albin Eberhart Von Franz (Willem Dafoe) en una de sus brillantes líneas de diálogo. De ahí su aspecto de no-muerto, una figura maldita ataviada con los ropajes propios de un aristocrático transilvano de época. 
El otro personaje clave en la película de Eggers y que guarda una estrecha relación con lo que intento contar es Ellen (Lily-Rose Depp). Llegados a cierto punto de la película, se realiza de forma textual una reflexión acerca del origen del mal: ¿viene de dentro de uno mismo o nos embauca a través de algún agente externo? Ellen, quien se nos insinúa que posee ciertas dotes místicas desde que nació, se niega a pensar que el mal provenga de su ser, y rememora un encuentro previo con el demonio Nosferatu como el origen de su maldición. Eggers, que a los 9 años se obsesionó con el mismo vampiro viendo la película de Murnau, ha sido capaz de plasmar en sus películas la desolación que emana de un terror inevitable, que está adscrito de manera inseparable al destino de sus personajes, pero él mismo reniega de creer realmente en el ocultismo, a pesar de la evidente atracción que le profesa desde que se grabó en su retina la sombra de un vampiro subiendo una escalera. En el plano final de su película, de una belleza y una desolación ineludibles, Eggers alcanza un plano cinematográfico que parece no pertenecer al mundo de los humanos. Como Ellen. Como Nosferatu. Y quizás como él mismo.
Si son amantes del cine de género y del clásico de terror expresionista de Murnau, o simplemente disfrutan con las películas de vampiros, no dejen pasar la oportunidad de verla en pantalla grande en los cines ArteSiete Platinum de nuestra ciudad.

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