Dejó anotado Kahlil Gibran que “los árboles son poemas que la tierra escribe en el cielo”. La espiritualidad del escritor libanés quedó ampliamente reflejada en su obra, así como su amor universal por la Naturaleza madre. De esos mismos
árboles que nos acompañan, nos cuidan y nos protegen como verdaderos pulmones de la tierra, nos cuenta Dominique Roques en “El aroma de los bosques” (Siruela. Colección El Ojo del Tiempo. Madrid, 2024).
Bajo el subtítulo de
El hombre y el árbol, un vínculo milenario, el autor parisino (1948) ha trazado un hermoso relato que explora este binomio amatorio y, a su vez, contradictorio, entre la civilización y el ámbito de lo salvaje.“Los bosques, los árboles y la madera son el telón de fondo de mi infancia (…) Cada nueva incursión en los bosques de la Tierra me ha hecho seguir el curso de su destino. (…) Como hijo de leñador, ir al encuentro de los árboles es un motivo de estupor, una felicidad duradera e incesante”.
Dominique Roques fue, también, leñador y agente forestal, hasta que se convirtió en proveedor de recursos naturales para la perfumería. Lleva décadas, pues, entrañado en un universo apasionante, casi feérico, en donde, a su vez, ha encontrado demasiadas veces comportamientos dolientes y desalmados: “En poco más de un siglo los hombres han talado la mitad de los bosques de la Tierra”. De la sinrazón que está llevando a explotar de manera desmedida los recursos que nos cobijan, también advierte el escritor galo: “Mientras que los árboles ylos bosques están programados para una forma eternidad, el hombre sólo lo está para un instante (…) Eternidad contra fugacidad, el tiempo es el punto de partida de esta alteridad”.
En este sugestivo viaje, el lector hallará las variadas experiencias y conocimientos de Domique Roques, quien ha querido acercar “a lo largo de estas páginas mis piedrecitas de Pulgarcito soñador”.
En su introducción, refiere que la tala deárboles dio inicio en la Antigüedad, en el Monte Líbano, con la famosa
Epopeya de Gilgamesh, quien venciera al monstruo y centinela del bosque de cedros. Desde entonces hasta hoy, la belleza, la fragancia, la inspiración que han generado los bosques ha encontrado su cruel envés en la invasión mecánica -motosierras, cosechadoras…-, la colonización de las selvas, la numerosa deforestación…, que ha arrasado y modificado buena parte nuestro ecosistema.
El perfume de los bosques, sus inagotables aromas, son también piedra angular de estas páginas, en las que Dominique Roques signa la bondad de cipreses, eucaliptos, secuoyas, pinos, abetos, enebros…: “Los bosques huelen a respiración de sus árboles, a las flores y los frutos que abren y desaparecen, a la agitación de las raíces en el suelo, al agua que los recorre, al sol que calienta las hojas, la pinocha y los troncos”. Y, aquí y ahora, llama a la reflexión urgente para concienciarnos de que aún estamos a tiempo para cuidar más y mejor nuestro planeta y habitarlo de forma más bella y consecuente.
Un libro, al cabo, ambicioso y muy recomendable, escrito de forma lírica y cómplice, y en donde está latente la esperanza: “Todavía quedan cuatrocientos árboles en el planeta por cada habitante, sin embargo, diez veces menos que hace cien años”.