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23/06/2024  

Una maravillosa historia de Navidad

Un hombre se sube en un avión, que va desde las Palmas hasta Santiago de Compostela. Llega bien, pero los dos perros de raza que le acompañaban ?en bodega junto, al equipaje? no se encuentran, por ninguna parte...

Un hombre se sube en un avión, que va desde las Palmas hasta Santiago de Compostela. Llega bien, pero los dos perros de raza que le acompañaban –en bodega junto, al equipaje– no se encuentran, por ninguna parte. Descompuesto, pregunta a Iberia, que le dice que no se preocupe, que algunas veces ocurren este tipo de cosas y que ellos solucionarán el problema. Pero no es así, porque al día siguiente y al otro y aún hoy, anda perdido –no se sabe bien por donde– uno de los perros del hombre, ya que según la versión de Iberia la jaula de los dos perros se abrió y los perros corrieron, hallándose sólo a uno de ellos.

Como los que tenemos perros ya sabemos lo importantes que son en nuestra vida, este hombre abrumado por la pérdida y no sabiendo qué hacer, se trasladó hasta Barajas y allí está haciendo su vida, mientras que busca a su perro, sin ducharse, durmiendo en el suelo y con carteles pegados en el cuerpo, solicitando ayuda, como un triste y melancólico, hombre anuncio.

Sería una maravillosa historia de Navidad que este hombre encontrara a su perro, perdido entre pasillos y andenes de carga, sería fantástico un encuentro a lo película Disney con el hombre –lloroso y abatido– y el perro –luchador e inteligente– en su busca, sucio y desesperado... Cómo lo besaría el hombre en aquel hipotético encuentro, cómo ladraría el can, de contento, lamiéndole manos y cara, y hasta la gente que por allí pasara del aeropuerto, camino a su destino de vacaciones o vuelta al hogar, viéndolos y conociendo la historia por el boca a boca, llorarían abrazándose a los suyos y diciéndose: “ahora sí que es Navidad”.

Pero al poco rato, cuando la emoción cediese a la realidad y la gente siguiera sus pasos , porque los aviones no esperan a los rezagados y la Navidad cabalga sobre los días rojos de los calendarios, el hombre se secaría las lágrimas con el dorso de la mano, cogería al perro, sujetándolo fuertemente a su lado, no se fuera a volver a escapar y  apresuradamente iría a un mostrador de Iberia y compraría dos billetes –uno de pasajeros y otro de carga– para Santiago de Compostela, donde los esperan, desde hace días, un amigo con el que tiene el acuerdo verbal de comprarle los dos perros, justo  como regalo para estas navidades.

Y es que la vida es impía y tremenda, desengañadora de ilusiones y llenadora de jeringuillas de droga, de aceleradores de pedales de coches, que no se saben manejar bien por inexpertas manos, que aún con sobriedad lo llevan crudo, pero –mil veces peor– cuando el alcohol, las ganas de juerga y el cansancio acumulado, hacen mella en los jóvenes que se creen vueltos ya de todo.

Supongo que por eso me gustan cada día más los viejos de la Puntilla, que, con los fríos y las lluvias, ya no mojan sus ancianas carnes en las aguas cálidas, sino que pierden sus días por el paseo de los enamorados. Van resguardados con chaquetones polares y paraguas en mano –que ya el frío pela– sin olvidar a sus perros, que a estos sí que los quieren como lo que son, compañeros de media vida, que, hasta cojos, ciegos  y tullidos de alma, los llevan en carros que fueron de niños, abrigados con mantas y chalequitos, pareciendo monitos de feria. Los empujan piernas ancianas y corazones rebosantes de vida, de gente que da, porque siempre dio cariño y apego, a personas y animales, gente, que merecería ser protagonistas de una maravillosa historia de Navidad, para ser contada al mundo, pero que sólo tiene el tiempo y los recuerdos, en los bolsillo de su trenka, el amor a la vida, a los suyos, al perro, achacoso y viejo, al que se niega a darle el billete de salida, por mucho que se empeñe el veterinario y se orine a piernas sueltas en mitad del salón, porque es mitad de alma y todo de sentimientos, ese perro –peluche roído y seco– que lleva una pareja que no habla porque ya se lo han dicho todo, mientras entrelazan las nudosas manos, morenas aún por los baños de sal y el sol que regaló el bondadoso octubre, que mira la lejanía del horizonte con ojos tiernos.

anaisabelespinosa.blogspot.com

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