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Creyendo y creando

Cuidemos el culto interno

Hace una semana, el calendario señalaba el Miércoles de Ceniza y, de momento, volví a sentir la preocupación de cada febrero

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  • Cuidemos el culto interno. -

Hace una semana, el calendario señalaba el Miércoles de Ceniza y, de momento, volví a sentir la preocupación de cada febrero. Los motivos eran los siguientes: algunos, un año más, me volvían a desear “feliz Cuaresma”; también escuché a otros la manida oración “quedémonos con las vísperas”; hubo quien, por su parte, con la sonrisa de oreja a oreja, repetía: “esto ya está aquí”.

Con este preámbulo, de momento percibí que, nuevamente, me encontraría con la banalización de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Desgraciadamente, el rito de estos cuarenta días se va mudando, cada primavera, en favor de esa manifestación, cada vez más ambiciosa y desvirtuada, de la fiesta costalera.

Y me paro a pensar en las imágenes propias de estas semanas, y aprecio que se anuncia, casi con tanto ímpetu, el ensayo de las cuadrillas como la celebración de los cultos; la elección de los capataces lleva más tiempo que la designación de un predicador que profundice en el tiempo que vivimos; el paso (altar de un día) sigue abrumando al retablo de la sede canónica.

Del mismo modo, he leído anuncios en los portones de algunas parroquias que señalan que la Cuaresma es un tiempo de alegría. Entonces, ¿dónde queda el sacrificio y la meditación que mortifica el alma y alimenta el espíritu, y que siempre ha caracterizado esta época del calendario cristiano?

Es evidente que tienen más tirón, o casi, algunos ensayos de costaleros, viralizados incluso, que las propias Imágenes en sus cultos; qué pena. De manifiesto quedan esas hermandades que presumen de barcos, ornamento y acompañamiento musical mientras la atención a sus cultos va mermando, progresivamente, en beneficio de un escaso sentido de la liturgia, unos altares en decadencia y unos grupos musicales que, dirigidos desde la mediocridad, solo pueden ser aceptados desde la ignorancia actual.

Deberíamos reflexionar urgentemente sobre esta realidad para no alejarnos, aún más, de Cristo. Quizás no me equivoque si afirmo que Él no fue enviado para que nosotros hiciéramos folclore de sus cuarenta días en el desierto. Tal vez, solo hay que remitirse a crónicas, artículos y boletines de hace no tantos años para desempolvar lo que es, realmente, la Cuaresma.

Porque no podemos negar que es de una belleza única, y a todos nos fascina, encontrar un cortejo procesional sólido, estético, mayúsculo, pero no podemos perder la raíz solo por eso. Prodiguémonos en lo auténtico, en Jesús de Nazaret, en su camino de evangelización y no en lo que vanagloria la egolatría del cofrade. Solo así han perdurado las hermandades a través de los siglos. No olvidemos que el árbol con las ramas más largas es el que tiene las raíces más hondas. 

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