En ciertas calles de la Trinidad la primavera ha adelantado su fecha de llegada. Sus vecinos, anclados en un tiempo sin duda mejor, sonríen como pueden ante las miradas de los curiosos, que observan extasiados las macetas de claveles reventones que engalanan paredes encaladas hace poco. Por doquier, sobreviven auténticas obras de arte de la azulejería malagueña dedicadas al Cautivo, la Soledad de San Pablo o la Virgen de la Salud. La iglesia de San Pablo es aún hoy el epicentro de un barrio antiguo y sabio cuya esencia se perdió en las grandes reformas urbanísticas y las migraciones vecinales, a veces obligadas, de la segunda mitad del siglo XX. La Trinidad eclosiona en Semana Santa, pero el resto del año es un barrio que espera, pero no desespera, un tren que nunca llega a su estación, como esa dama de negro que, en un muelle, aguarda a que el mar responda a inquietudes que, tal vez, no tengan respuesta. Es indudable que en la barriada hay problemas acuciantes que solucionar: algunos tienen que ver con la suciedad e insalubridad que provocan los solares vacíos, se necesita ayuda para que muchas familias humildes puedan hacer frente al día a día, tal vez la presencia policial es menor que la atención que se presta a otras zonas de la ciudad, lo que sería interesante estudiar por aquello de la seguridad ciudadana de los propios trinitarios. Y así la lista es interminable. Uno no sabe qué ha ocurrido con la Trinidad y con el Perchel, que podrían ser hoy santo y seña de esta Málaga que, a fuerza de avanzar a todo trapo se deja en el camino jirones de su identidad, de su memoria. Un hermano mayor amigo me decía hace algún tiempo que, si hubiéramos tenido narices los malagueños de frenar las barrabasadas urbanísticas que se hicieron aquí, al lado del Centro, tal vez ambos barrios vendrían a ser algo así como la zona de Santa Cruz de Sevilla. No sé qué se hizo mal. Urbanistas y otros expertos de cabecera conocerán mejor que yo la letra pequeña, pero sí sé que ambos barrios necesitan ya una intervención integral, transversal y poliédrica, es decir, y en plata, una actuación en todos sus frentes para que vuelvan a ser el corazón de la Málaga más castiza, con comercio y bares tradicionales, museos y no tantas viviendas turísticas, que proliferan como las setas en una capital que debería mirarse al ombligo, de vez en cuando. Ahora, parece que la reforma del Convento de la Trinidad está a un paso y que ese foco cultural podría ayudar a regenerar el enclave. Ojalá sea la hora de la Trinidad de una vez, pero parece, y mucho que lo siento, que esta nunca llega.
Fuego amigo
La hora de la Trinidad nunca llega
Es indudable que en la barriada hay problemas acuciantes que solucionar: algunos tienen que ver con la suciedad e insalubridad que provocan los solares vacíos
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