Cada vez hay menos gente que pone la mano en el fuego por los demás. Se llama escarmiento. La Academia, en su primera acepción, nos lo aclara el porqué muy bien: Enseñanza o experiencia que se extrae de los errores o faltas, propios o de los demás, y evita caer en ellos. En definitiva, es mucho lo que ha llovido y lo que ha asombrado de personas que todo el mundo estimaba como incorruptibles y no lo eran. El nivel de estupefacción -por lo inesperado- que se ha visto en los años de democracia ha sido espectacular. Javier Pradera fue de los primeros en hacer caer en la cuenta a la opinión pública de que la llegada de la democracia no significaba que un grupo ángeles y arcángeles se hacían cargo de la vida pública española. Por eso hablaba de que había sido dolorosa la constatación de que en democracia también existían los malos procederes.
Se venía de la dictadura donde, ni oficialmente ni en la prensa, podía existir la corrupción. Si se conocía por el mando político que alguien se aprovechaba en demasía y con visos de escándalo, era apartado sutilmente, ascendido “como castigo” o removido a puestos de burócratas sin capacidad de decisión, pero pocos procesos se abrieron por esos casos. Las corruptelas, los pelotazos, el estraperlo e incluso los casos más escandalosos se procuraban arreglar con la ley mafiosa de la “omertà”, una vergonzosa ley del silencio, que hacía cómplices a todos los informados. Ingenuamente se pensaba que con la democracia la corrupción desaparecería. La democracia no puede evitar la corrupción, pero ayuda sobremanera a su descubrimiento y su castigo. Ésa es la diferencia notable.
Los casos políticos de corrupción son bien conocidos y se publicitan, como es obligado. Pero las andanzas de Villarejo -una cosa favorable habría de derivarse del personaje más denostado del momento- ha señalado otro camino, el de los jefes de seguridad de las grandes empresas españolas -algunos expolicías- que hacían labores de espionaje y de información reservada, con valor para el mercado, en Repsol, Iberdrola, CaixaBank, Mutua Madrileña, La Finca, Sacyr, Bbva y otras. Comprometídos, en muchos casos, por sus directivos, que están judicializados, hombres muy prominentes, que impartían sentidas lecciones de ética empresarial, el más notable en la especialidad era Francisco González. Todos pueden alargar los pleitos hasta el infinito.