A Tales de Mileto lo acusaron algunos de ingenuo al afirmar que el principio de todo lo real era el agua. Pero, al margen de esa falta de sensibilidad filosófica,debe reconocerse que gran parte de su trascendencia radicó en llegar a formular la pregunta del arché en toda su amplitud. A través de su indagación, el origen del universo se convirtió en ese enigma del cómo y cuándo se generaron los seres y dónde y cuánto fueron capaces de transformarse. Los presocráticos remitieron a la noción de naturaleza para tratar de despejar tan complejo interrogante. Al cabo, dicha naturaleza, tratada como universo en su totalidad o como ser intrínseco de las cosas, estuvo vinculada para la Antigua Gracia al concepto de su dinamismo, y opuesta por completo a lo estático o lo inerte.
Al hilo de la lectura de “La vida anterior” (Ediciones del Pampalino) de Isidro Hernández, he recordado la trascendencia de esos elementos esenciales -minerales, plantas, animales…- que ayer y hoy siguen siendo comunes y tan nuestros.
Porque en el decir del poeta tinerfeño (1975), se adivina un verso que ordena un cosmos interior, determinante de su comportamiento y de su relación con cuanto gira en derredor. Y de él y desde él, surge una realidad plural, un equilibrio armónico que no acota la lucha de contrarios del ser, sino que añade inteligibilidad a su circunstancia. “Si quisieras buscarme/ en la boca del bosque me hallarás/ por la senda que avanza/ hacia los árboles/ allí donde Saturno derrama cada noche/ la arcilla umbilical que alimenta/te salva y te regresa/ a la vida anterior a todo tiempo”.
Dividido en tres apartados, “La vida anterior”, “Camino hacia los palmitales” y “El encanto de acerico”, el volumen vincula su palabra con una verdad constituyente de la mirada de un yo dialogante con su entorno, con todo aquello que actúa como entendimiento agente y entendimiento posible. Sustancia y existencia se aúnan, pues, para conformar una ley natural que incida en la voluntad de ser más libre a través de lo creado: “Este mar que ahora miras/ fue visión de otros ojos/ mucho antes de que tú existieses/ Y el salitre del agua/ ha surcado la gracia de otra piel/ Alguien estuvo aquí/ como ahora tú/ ignorado quizás/ de ser el primer huésped/ de este tiempo de azul/ semejante al milagro/ y en cuya semejanza te contemplas/ en el instante anterior a toda cosa”.
La isotópica homogeneidad que cobija los espacios del poemario resulta sobresaliente y su ontología va más allá de su mera exposición. Al igual que GastonBachelardrefrendara la oportunidad de temporalizar el acto creativo como una representación del retiro indisoluble del autor, Isidro Hernández afianza el renacimiento de lo multiforme mediante un verbo emergente, que empatiza y refrenda lo mortal, y, a su vez, se hace canto y meditación, revelación de su tangible certidumbre. Y la cual, a su vez, convierte su memoria en necesidad, en propósito ulterior de su vital mudanza: “Sientes el olor de la tabaiba/ y de la tierra húmeda/ su savia ponzoñosa/ fecundada por mil gotas de lluvia/ como en los días aquellos/ en que corrías/ sobre el canal del agua/ y las terrazas/ abandonadas/ de un mundo alucinante”.