La vacuna se mueve, pero las empresas farmacéuticas están tomando el pelo a los ciudadanos, empezando por los europeos y olvidándose absolutamente de los países pobres, que han dejado a cargo de China y Rusia. Tras un proceso de inversiones muy importantes de la Unión Europea, de pruebas muy extensas y de aprobaciones administrativas la vacuna llegó a los mercados y la bolsa y la esperanza de los ciudadanos subieron. Ahora, cuando se ha ralentizado la entrega de dosis de vacunas, las tornas han cambiado. Ha pasado sólo un mes, pero en el mundo acogotado por el agobio -tras casi un año de pandemia- y desesperado, por la inmediatez de resultados a la que se está acostumbrado en esta sociedad de la satisfacción inmediata, la gente empieza a perder la fe en los dirigentes europeos que le prometieron un verano 2021 feliz.
Wolfgang Münchau, cofundador y director de Eurointelligence, agencia de comunicación de la zona euro, ha dado un mazazo a las autoridades comunitarias achacándole haber pensado más en el coste del encargo de vacunas más que en la velocidad de las entregas. Aporta un dato: “El 22 de enero, la UE había vacunado solamente al 1,89% de su población, mientras que el Reino Unido había inmunizado al 9,32%”. Deduce que ha sido el peor error de la UE en su historia. Resulta exagerado, aunque el desasosiego de los Estados y de los mandatarios de la UE es patente por el posible desvío de las vacunas a mejores postores.
Alguna lección a extraer: la necesidad de inversión en ciencia en toda la UE. También en España. Los científicos llevan años demandando el 2% del producto interior bruto español para la investigación. La comunidad científica española se ha movilizado de forma muy activa en la hora de la pandemia que ha sacudido a la sociedad. Ha sido el grito del ¡Ahora o nunca! de la ciencia española. Se ha subido en los presupuestos de 2021 del 1,25 al 1,60 y no será hasta dentro de dos años cuando se podrá alcanzar el objetivo del 2%. La media europea es superior. La subida es necesaria ante la situación de los investigadores, con contratos temporales, precariedad y el resto de carencias que sufren no sólo los científicos sino desgraciadamente los trabajadores de las demás ramas de la producción y los servicios.