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El campo no entiende de agosto

¿Vacaciones?¿Qué es eso? Aquí no se para: hay que ordeñar, alimentar y cuidar a los animales, vendimiar, cosechar, regar...los protagonistas lo cuentan

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Eva Vázquez, ganadera.

German encarna la tercera generación.

  • COAG Cádiz pone en valor el trabajo que realizan los agricultores y ganaderos de la provincia de Cádiz

Agosto es por naturaleza un mes que se asocia a la playa, al relax, a siestas interminables, a las noches de terraza, a olvidarse del despertador, a las chanclas, al after sun, al olor a cloro de las piscinas y aroma de sardinas en la barbacoa. Es, para la mayoría, ese mes soñado en el que los más viajeros (y pudientes) cogen un avión o un barco o el coche cargado y se alejan de la rutina sin compasión. Ese mes del año en el que uno se pone moreno y se viste sin complejos, el de las neveras, la sombrilla, la tortilla y la sandía enterrada en la orilla (en extinción). El mes de los chiringuitos imposibles y el tinto de verano que sabe a gloria.     

Pero también es ese mes con mucho calor y muchas moscas que hace el trabajo más cuesta arriba para quienes tienen que seguir dando el callo. Porque el campo no entiende de agosto. Por ello, desde la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos –COAG- de Cádiz se quiere poner en valor y destacar la labor que realizan los agricultores y ganaderos de nuestra provincia que durante todo el verano se encuentran a pleno rendimiento.  Y es que, en los meses de más calor, no hay playa ni vacaciones. En el campo no se para: Hay que ordeñar, alimentar y cuidar a los animales, vendimiar, cosechar, regar, ‘tirar los machos’, tratar, preparar la tierra para la próxima siembra… y un sinfín de tareas que hacen de agosto un mes de mucha actividad en el mundo rural. Para dar una idea de cuál es el otro lado de la moneda del mes de vacaciones por excelencia, lo que ocurre al otro lado de la playa, en el campo, tres afiliados de COAG Cádiz dan su testimonio de lo que para los agricultores y ganaderos de la provincia significa agosto: mucho trabajo.

Cabras como reinas

Eva Vázquez es ganadera. Mujer joven y con iniciativa, se lio la manta a la cabeza en 2013 y, con la ayuda de su marido, Pedro García, montó su propia explotación de cabras en San Isidro del Guadalete. Desde entonces, se ha olvidado de veranos, vacaciones, playa y tiempo para ella misma. Sus animales requieren de mucha atención y cuidados. No por nada, la leche de sus cabras (430 litros diarios), es muy apreciada por su gran calidad y condiciones. Según la ganadera, el coste personal y profesional es muy alto. “Tengo dos hijos y ellos también se ven afectados por la gran carga de trabajo que tenemos, pero no hay opción: hay que estar todos los días del año atendiendo a los animales”. Un tipo de ganado, además, muy delicado. “Tenemos -explica- unas 250 cabras (raza malagueña) a las que hay que darles de comer a diario, ordeñarlas dos veces al día (mañana y tarde), mantener su espacio en perfectas condiciones, así como sembrar, cosechar y preparar la paja, el heno y la alfalfa, para que se alimenten todo el invierno”.     

Se trata de un trabajo muy sacrificado, destaca Eva Vázquez, que obtiene sus frutos no tanto en el rendimiento económico, ya que la leche de cabra se está pagando a precios muy bajos en Andalucía, sino en la satisfacción de que la leche de sus cabras, a las que tiene como reinas, es la materia prima con la que se elabora un queso de gran categoría, un queso azul hecho de manera artesanal en San José del Valle, ‘Andazul’, que en muy poco tiempo ha obtenido la Medalla de Plata en el concurso mundial de quesos World Cheese Award 2017. “Y este año vamos a por el oro –apunta Pedro García”.

Al fresquito en la cabina

Lo lleva en la sangre. ADN agricultor. Tercera generación. Germán Gilabert sabe desde chico que en verano no se va a la playa, que en agosto hay mucha faena en el campo, “ya descansaremos algo en Navidad”, dice sin un atisbo de queja. Trabaja de sol a sol, y no es para menos, este joven agricultor cultiva algodón, maíz, remolacha y hortícolas. Y no contento con eso, también trabaja para terceros, como en este caso, que se encuentra segando girasol cerca de Paterna.     

El bronceado que luce es de campo, de manga para abajo. Y el fresquito que disfruta es el del aire acondicionado de la cabina de la potente cosechadora de cereales que tiene.  “A mí me ha gustado desde siempre el campo –afirma”, y está acostumbrado a echar los veranos regando, haciendo tratamientos, cultivando o recolectando cereales, como estoy haciendo ahora”. De media, cada día, Germán Gilabert cosecha unas 25/30 hectáreas. ‘Non stop’. Si Germán Gilabert ya venía aprendido, Noelia Carmona ha conocido la realidad del verano en el campo durante su desarrollo profesional como agricultora, profesión en la que desembarcó de manera tardía después de dejar atrás una carrera en el sector turismo.Esta mujer de ideas claras y profesionalidad por bandera, está en el campo por elección. “Es muy duro, pero ya no lo abandonaría por nada”, comenta. Está sin vacaciones, todo el día recorriendo parcelas, con las botas puestas, haga calor o frío, pero está feliz.

   Los comienzos fueron complicados porque se introdujo en el sector sin padrino y sin tierras. Todo lo que cultiva lo hace en terreno arrendado, lo que hace más difícil aún la ampliación de sus cultivos y merma considerablemente la rentabilidad económica. Aun así, y siendo además mujer, lo que sigue suponiendo un hándicap en el medio rural, Noelia Carmona lleva 30 hectáreas de secano entre girasol y trigo, así como 60 hectáreas de hortícolas, principalmente zanahoria y remolacha de mesa, y cultivos de verano, como algodón y sorgo. Además de toda esa carga de trabajo ¡y más que quiere!, “podría llevar perfectamente unas 100 hectáreas” –manifiesta-, esta agricultora es madre de familia en Chiclana. Tiene un hijo de 7 años.  “¿Que cómo lo hago? Pues con mucha organización, ayuda y un no parar. Con la implicación de mi marido, el aula matinal, los abuelos… Y ahora que no tiene colegio me acompaña muchos días al campo. Le gusta mucho”.     Salvador, su hijo, cuenta en el campo de sorgo en el que se hacen las fotografías que se conoce los nombres científicos de los insectos, ‘los buenos y los malos’ que acompañan a los cultivos. “A la playa sólo hemos ido dos veces este verano –dice resignado”, pero lo tiene asumido.   

 Es lo que hay. En el campo siempre hay algo que hacer.

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