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Vidas en reconstrucción

El problema ha adoptado la forma del elefante que nadie aparenta ver en el salón y que el propio Papa Francisco definió como “la mayor vergüenza del mundo"

  • Salvamento Marítimo

Esta semana se ha dado a conocer la memoria de Salvamento Marítimo correspondiente al año pasado, en el que coordinó la búsqueda de 1.018 pateras en las costas andaluzas, y consiguió rescatar a 16.678 inmigrantes, lo que supone un incremento del 191 por ciento en comparación con 2016; sin olvidar otro dato importante: se contabilizaron 148 personas fallecidas o desaparecidas. Del total de rescatados, más de siete mil fueron atendidos en sus instalaciones de Tarifa. Las causas, obviamente, se deben al “aumento en materia de inmigración irregular”; un problema que parece haber adoptado la forma del elefante que nadie aparenta ver en el salón y que el propio Papa Francisco ya ha definido como “la mayor vergüenza del mundo”.

Por si no lo recuerdan, entre esos 148 fallecidos se encuentra Samuel, el niño al que, a partir de ese momento, todos coincidieron en llamar “el Aylan español”, y cuyo cuerpo fue hallado sin vida en la orilla de la playa de Mangueta, en Zahora. Acaba de cumplirse un año. Sus restos mortales descansan en el cementerio de Barbate, después de que las autoridades certificaran su identidad y lograran reconstruir los hechos: viajaba junto a su madre, Veronique, también fallecida en aguas del Estrecho. Sus familiares acudieron al sepelio desde el Congo, y ellos mismos se encargaron de contarnos la historia completa, “la historia de cómo las fronteras rompen sueños, esperanzas, anhelos y viajes hacia un futuro mejor”, como apuntaba en su crónica Younes Nachet.

En realidad, son miles de historias, y vienen con ellas a cuestas en sus mochilas o a resguardo en los bolsillos desde que emprenden el viaje desde sus países de origen, cada vez en mayor número procedentes del África Occidental. Hubo un momento en que encontraron el acceso directo hacia España a través de las Islas Canarias, pero la crisis de los cayucos de 2006 llevó al gobierno a la firma de sendos acuerdos con Senegal y Mauritania, y desde entonces la principal ruta de acceso sigue siendo rumbo al norte, hasta Marruecos.

Esta semana he conocido a Ailoune; también su historia. Tiene 18 años y es de Senegal. Llegó a España hace un año y tres meses a bordo de una patera. Durante el trayecto de más de tres mil kilómetros conoció a personas que llevaban dos años tratando de llegar a España. Él lo hizo en solo cuatro meses. Esboza una tímida sonrisa cuando lo recuerda, consciente de lo que no ha dejado de ser una especie de heroicidad, como la del marinero que desafía a la tormenta subido al mástil de un velero para enfrentarse a su propio destino. Lo pasó “mal”, el camino fue “muy duro” y tuvo “mucha suerte” con la patera a la que se subió; incluso conserva en su móvil, como si se tratase de un pequeño trofeo, la foto que le hicieron los de Salvamento Marítimo cuando lo pusieron a salvo.

Frente a muchos otros que vienen huyendo de su país, pero también de sus propios hogares, de sus familias, él contó con el permiso de la suya para emprender el viaje y hacer frente a la incertidumbre. Dejó atrás a sus padres y a sus tres hermanos pequeños. Hoy día conversa con ellos a través de las redes sociales. Uno de ellos está dispuesto a seguir sus pasos, su misma incertidumbre, en la que parecen seguir encontrando más certezas que en la miseria de sus días. Al menos, ya le ha advertido que el idioma que se habla aquí es el español: él apenas conocía nada del país al que ansiaba llegar, salvo que no había guerras, se vivía mejor y que todos hablábamos francés (!), por proximidad fronteriza, pensó -¿una vieja colonia, tal vez?-. Bromea con ello, casi se avergüenza, aunque el gesto ayuda a que trascienda la inocencia que parece mantener intacta su esperanza por salir adelante.

Con sus dos metros y cinco centímetros ha encontrado en el baloncesto un nuevo aliciente para incentivar esa misma esperanza, pese a que hasta hace un año apenas conocía el contacto con una pelota de basket y ni siquiersa sabía lo que era lanzar a canasta. Pero, sobre todo, ha encontrado un “hogar” desde el que reconstruir su historia. Ojalá todos lo consigan sin tener que contar con el beneficio de las mafias.

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