El acoso en el colegio ha existido siempre. Es parte de la condición perversa del ser humano -hablando del acosador- y su sufrimiento en silencia, con miedo, con pánico, es parte de la condición natural del ser humano, hablando del acosado.
La fórmula es la misma, el procedimiento es tan sencillo que los años no han tenido que retocar nada. En lo conceptual, se entiende. En las formas ya es otra cosa. El concepto se adapta a las circunstancias. Y a las herramientas. Las más efectivas.
Quizá que quienes luchen contra eso que ahora llaman bullyng -nos colonizan con el lenguaje- sea una réplica al uso de esas nuevas herramientas, una forma de igualar las fuerzas, aunque de todos es sabido que la maldad tiene patente de corso en las que se estrellan las buenas intenciones.
Por eso, que Nacho Guerreros, actor conocido por miles de personas -o millones, no sé- cuente una experiencia que él considera -dentro de lo malo- casi testimonial y que se una a una escritora, Sara Brun, para hablar de lo suyo y de los casos ajenos, algunos inhumanos, es bueno. Contrarresta, porque el mensaje llega más lejos.
Yo también sufrí bullyng no es sólo el título de un libro editado por un famoso y una buena escritora. Es una denuncia de una situación que se ve y se persigue ahora porque se ha hecho visible, porque las herramientas nuevas la han multiplicado por millones de impactos.
Y es más, la experiencia de Nacho Guerreros puede que sólo sea un bonito motivo para escribir ese libro que siempre es necesario escribir, porque los motivos están más en las experiencias ajenas que en la propia.
Decía el actor de La que se avecina y Aquí no hay quien viva -que me perdone si sólo nombro esas dos series y sobre todo, si nombrándolas no le hago un favor(pero yo las veo todas las noches A la Carta- que él sufrió acoso de sus compañeros de clase a los trece años y durante un año. O sea, que no lo volvieron loco. Pero sí a otros y a muchos más ahora, por eso de las herramientas.
Decía Guerreros en la presentación del libro en el Centro de Congresos, ante una concurrencia predominantemente joven, que es lo bueno, que él se sentía un privilegiado y cada avance que hacían Sara haciendo el trabajo de campo previo, más privilegiado se sentía.
Decía el actor que en sus tiempos no existían las redes sociales y ahí está precisamente el quid de la cuestión y lo que ha hecho que aquello que tantos sintieron y sufrieron en el colegio y de lo que generalmente se olvidaron con el tiempo, ahora se haya convertido en un problema nacional.
A eso es a lo que le da gracias, porque él cuando salió de ese curso se separó de sus acosadores y los olvidó, aunque éstos bajan todavía la cabeza cuando se cruzan con él en Calahorra. Quizá porque el malo es más malo, pero la víctima olvida mejor.
El problema del acoso escolar o fuera de la escuela son las redes sociales, coincidían en la mesa y entre el público, que lo que hace treinta años no salía de las aulas, o de los recuerdos (malos) de las víctimas, ahora está en soporte electrónico, al alcance de millones de personas.
Las redes sociales son las multiplicadoras de las consecuencias del acoso, las que realmente causan daños en demasiados de los casos irreparables -muchos se cuentan en el libro, que es un recopilatorio meticuloso y trabajado- y las que, además, son difíciles de borrar. De parar, absolutamente imposible porque cuando el problema sale a la luz, el daño ya está hecho.
El otro monstruo
Las redes sociales son el monstruo que se alimenta de chismorreos, de mentiras y algunas verdades, pero el entorno real, la Ley que nos hace libres, no hace mucho por evitar que el daño comience o, al menos, que se detenga.
Por eso otro de los puntos que se pusieron sobre la mesa fue el de la falta de un protocolo, o las carencias de los que existen, para evitar lo inevitable. Si los colegios, los profesores, no tienen instrumentos para actuar o los que tienen no llegan al fondo del problema, el conflicto está servido.
Por si algo puede empeorar en todo este asunto, sólo hay que comenzar por el principio para desentrañar el verdadero cáncer social que motiva consecuencias tan nefastas.
Los padres del acosador nunca reconocerán -de buen grado- la maldad de sus hijos. Quizá porque los quieren mucho; tal vez porque son su imagen y semejanza. E incluso se convertirán ellos mismos en acosadores, en parte del entorno que arrincona a una víctima que se convierte en verdugo de sus hijos, a los que acusa de ser pequeños monstruos, potenciales destripadores. ¡A sus hijos!
Decir que antes un padre recibía un aviso del colegio diciendo que su hijo se portaba mal y el hijo le mínimo que se llevaba -sin presunción de inocencia- era un zapatillazo porque la palabra del profesor era ley, huelga que sólo es un recuerdo lejano de los que pasan de los 40.
Ahora ese aviso se puede convertir en un gran problema . No para el acosador. Para el maestro. O sea, para la sociedad. Cuando ambos estaban a la misma altura.
Presentación
El libro fue presentado por Enrique Montiel de Arnáiz, que la invitación constaba como escritor y tardó poco en actuar como jurista. La iniciativa era de Librería Al-Andalus, de Gonzalo Alías y el lugar elegido lo patrocinaba el Ayuntamiento de San Fernando porque el concejal Jaime Armario quiso que le presentación se hiciera en las mejores condiciones.
Y Enrique Montiel de Arnáiz, sin toga pero en el mejor momento antes del coloquio, dejaba claro lo que está acostumbrado a ver cada día: que una cosa es denunciar y otra probarlo. Por eso a los jóvenes que estaban en la sala les pasó consulta gratis y les recomendó -si eran acosados o conocían a quien lo era- que usaran esos mismos medios informáticos para defenderse y para defender a quienes vean acosados. Porque, a modo de inciso, el acosado llega a creer que es el culpable de lo que le ocurre.
Envíense el mensaje de guasá por correo electrónico, tomen fotografías del acoso, reúnan pruebas tangibles y vayan con ellas a los profesores y en su caso, a los juzgados para demostrar lo que está ocurriendo. Porque una vez allí, no hay nada peor que no poder probarlo.