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La muerte de Otto Warmbier cuestiona el turismo en Corea del Norte

A Dan y Katie, una pareja de treintañeros de Wisconsin (EE.UU.), su eterna curiosidad les trajo hasta China, donde viven y trabajan

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  • Kim Jong-un -

Poco después de que Otto Warmbier fuera detenido durante su viaje como turista a Pyongyang, otros dos estadounidenses se disponían a repetir su mismo tour: "De camino al aeropuerto, me preguntaba: ¿realmente quiero hacer esto?", medita uno de ellos, consternado por el trágico final de su compatriota.

A Dan y Katie, una pareja de treintañeros de Wisconsin (EE.UU.), su eterna curiosidad les trajo hasta China, donde viven y trabajan (él como escritor y ella como profesora en una escuela internacional), y les llevó de viaje a Corea del Norte.

"Quería ir más allá de (lo que publican) los medios. Ver la parte humana", explica Katie a Efe poco después de conocerse el fallecimiento de Warmbier, el estudiante de 22 años que también viajó como turista a Corea del Norte y acabó en coma, tras ser condenado a 15 años de prisión por sustraer un cartel de propaganda.

Katie, Dan y Otto forman parte del mismo grupo: el de los miles de extranjeros que viajan cada año al reino de los Kim gracias a una industria opaca que hoy está en cuestión. La muerte de Warmbier ha puesto el foco sobre los viajes turísticos a Corea del Norte y el peligro que puede suponer entrar en un país que oficialmente sigue en guerra con EE.UU. y Corea del Sur.

Katie y Dan contrataron su tour (1.200 euros por seis días) con la misma agencia que Warmbier (Young Pioneer Tours) y formaron parte del viaje inmediatamente posterior al de él.

"En la reunión para prepararnos, todo el mundo estaba muy nervioso. Nadie quería preguntar. Sabíamos que en el viaje anterior Otto había sido detenido", explica la profesora.

Los encargados consiguieron calmarles. "Creo que hicieron un buen trabajo -coinciden-; nos dijeron: escuchad, si seguís las normas, si escucháis a los guías, si sois respetuosos, si no hacéis fotos donde no podéis, si preguntáis primero, estaréis bien".

La pareja utilizó uno de los poco más de 15 touroperadores que venden paquetes para occidentales, la mayoría de ellos con sede en China aunque también en EE.UU. o España (Viatjes Pujol), que están obligados a operar conjuntamente con las agencias estatales de turismo norcoreanas.

El primer día lo recuerdan tenso. Para empezar, "siempre tienes que tener dos guías locales por grupo" y la paranoia que llevaban consigo les llevó a evitar cualquier comentario. Pero poco a poco se fueron relajando.

"(Los guías) son más como cuidadores. Su trabajo es asegurarse de que no metas la pata, te dicen cuándo puedes o no puedes hacer algo", comenta Dan.

En sus recorridos, siempre en autobús, nunca pudieron hablar con un local, principalmente -dicen- por la barrera idiomática. "Eran muy tímidos (...) Pero no creo que estuviera prohibido", añade el escritor.

En todo caso, su relato deja entrever el férreo control gubernamental y las duras condiciones de vida de la ciudadanía: con cortes de luz constantes o sin ningún acceso al mundo exterior.

Para Dan y Katie fue una experiencia "única", que, no obstante, no repetirían. Y puede que dentro de poco ya no puedan hacerlo.

Tras el caso Warmbier, la Casa Blanca estudia vetar los viajes de sus ciudadanos a Corea del Norte principalmente para evitar que más estadounidenses sean detenidos por un régimen que los utiliza como moneda de cambio.

Hasta la fecha, otros tres turistas de EE.UU. han sido arrestados, todos entre 2013 y 2014 y repatriados tras varios meses de cautiverio; y otra turista surcoreana falleció en 2008 al ser tiroteada por un soldado norcoreano tras supuestamente acceder a una zona militar restringida.

Aparte de la seguridad, la otra motivación de Washington es evitar que se siga financiando a un Estado que dedica gran parte de sus recursos a desarrollar sus programas nuclear y balístico.

No obstante, el peso que un veto turístico tendría en la economía del régimen es cuestionable: un estudio del surcoreano Korean Maritime Institute estima que Pyongyang recibe unos 100.000 turistas al año, cuya mayoría (95 %) proceden de China y unos mil son estadounidenses.

Este volumen generaría a los norcoreanos unos ingresos de entre 30 y 43 millones de dólares anuales, y apenas entre 380.000 y 545.000 dólares procederían de turistas de EE.UU.

Katie y Dan ya han recibido alguna que otra crítica en ese sentido. En una conferencia en Pekín de una desertora norcoreana, ésta preguntó: "¿Quién ha ido a mi país?". La mitad del público levantó la mano y ella zanjó: "¡Os odio!".

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