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Málaga

Los artesanos del oficio de la Málaga del siglo XXI

Enamorados del oficio, el afilador Manuel Ocón y el limpiabotas del Café Central, Javier Castaño, derriban viejos estereotipos

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  • Javier Castaño, limpiabotas -

Es capaz de adivinar el modelo de zapato de los miles de pies que cada día transitan por la calle Larios. Y eso, que su oficio no le viene de familia, sino de un lunes al sol viendo pasar polvorientos pies en el puerto. En su infancia el asturiano Javier Castaño contemplaba a los limpiabotas de su Mieres natal. Gajes del destino, este delineante industrial en paro encontraría en sacar brillo al calzado ajeno en Málaga su mejor salvavidas. El Café Central es su segunda casa. Todavía recuerda aquel Domingo de Ramos cuando hace cuatro años se aventuró a la calle por primera vez. “Fue desastroso, ese día todo el mundo se limpia los zapatos en casa como para estrenar”, rememora. Guardó bien aquel mal día, para tenerlo de referencia.

Miles de pares de zapatos después, de aquel rubor nada queda. En lugar de pensar en clientes, piensa en zapatos y botas. Especialmente ahora que el terral arrecia en la ciudad y las chanclas, muchas con calcetines, empiezan a florecer.  La previsión meteorológica es su mejor brújula. “Sigo pidiendo tres euros por par, aunque la mayoría, me pagan más”, admite el asturiano, que de ocho y media a tres de la tarde es una parte más de la postal de la Málaga más bulliciosa. Enemigo acérrimo del betún, se toma su trabajo como algo más que su sustento. Se hizo famoso en todo el mundo por donar cuentas de Twitter a Asturias, Andalucía, Madrid, Roma, Canadá, Río de Janeiro y hasta Japón. Las registró en 2007 cuando la red social apenas emergía. Y, a día de hoy, aún les sigue la pista. “Canadá va muy bien pero me sigue doliendo que Asturias esté muerta de risa o ver que Andalucía sigue hasta con el ‘huevo’ de perfil”, comenta.

Autodidacta, se muestra convencido de que el de limpiabotas es un oficio del pasado que puede reinventarse en pleno siglo XXI. “Cada día sigo aprendiendo cosas”, relata, mientras echa mano de un “huesito”, lo último que ha introducido en su catálogo, que le permite devolver a la vida unos zapatos con piel de caballo. Sueña con convertirse en el mayor experto en el cuidado de la piel del zapato, indagando en nuevos productos más respetuosos. Pero se lo toma con calma. La vida le ha hecho aprender a apreciar más el tiempo porque “de pobre en Málaga se vive medio bien”, dice. Y a sobrellevar a los que se dejan llevar por los tópicos. “Esto es un entrenamiento de autoestima pero yo tengo el ego blindado”, explica, “esto es igual que cuando te lavas los dientes pero hay cosas para las que vas al dentista”, sentencia.

El último afilador
Solo unos metros más allá, encontramos al último afilador del emblemático Pasaje Chinitas. “Que ama el trabajo y la ciencia, que igual que afila un cuchillo, afila su inteligencia”, dice Baltasar Peña, escritor, poeta y Académico de San Telmo,  en el cartel de 1971 que da la bienvenida a su taller. Manuel Ocón está encantado de haber nacido. Así lo atestigua hasta su tarjeta de visita. Inaugurado por su abuelo, José Ocón, en 1936, él es la tercera generación. El fundador fue “el que menos tiempo pasó en el negocio, a los siete años murió”. Tiempo suficiente para que su padre aprendiera el oficio. De ahí, lo mamó él.

Maestro de formación,  lleva 40 años afilando tijeras y cuchillos de toda Málaga, “como si fueran míos”. El negocio le da para vivir desahogadamente, sin trampas. El afilado de la tijera ha pasado de las 30 pesetas a los 3 euros. Los tiempos han cambiado pero si nada lo remedia o Montoro no rebaja los impuestos, este autónomo será el último en ocupar el pequeño taller, convertido en toda una galería de malagueños ilustres. “El oficio, como decía mi padre,  se aprende con baba y no con barba, hay que enamorarse de él para ser un maestro”, dice. No le teme a las grandes superficies ni a los chinos, a quienes no considera competencia. “Cuando compras un coche, no te viene con gasolina, con el cuchillo pasa lo mismo, hay que afilarlo”, defiende.

El retrato de su padre, abuelo o su mujer comparten protagonismo con los retazos de historia que embellecen las paredes. “Empezó mi padre, con el doctor Gálvez, cada foto valía mil pesetas, y ya vamos por 300; el más viejo, Vicente de Espineli, el que le puso la sexta cuerda a la guitarra”, relata.  Basten cinco minutos a su lado para desterrar la manida imagen del gremio.

Su pequeño taller es el mejor termómetro para ver cómo van las cosas. “Ahora llegan preguntando primero maestro, cuánto cuesta, las cosas siguen fatal ”, advierte. Su taller nutre desde a amas de casa “que vinieron de niñas” a bares, pasando por costureras, carniceros o los más grandes hoteles. Sin duda, la hostelería es su mejor aliado, aunque Manuel no hace feos a los pequeños encargos. Entre trabajo y trabajo, da tiempo para comentar la actualidad con los amigos, los muchos que cada día se pasan por allí, también a ojear el ‘Viva Málaga’ que luce en su mostrador. Hoy, a buen seguro, éste ocupará un lugar privilegiado.

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