En Pielópolis, la ciudad de Piel, vivían en apenas dos metros cuadrados más de un billón de habitantes. Residentes de más de mil estirpes distintas convivían en perfecta armonía, con una división del trabajo extraordinariamente eficiente. Desde el servicio de limpieza hasta la unidad de defensa, desde el equipo de control térmico hasta los cuidadores de animales de compañía o mantenedores de una flora diversa que proveía a tan sofisticada ciudad de unos importantes servicios. Pielópolis cubría en su extensa superficie de un conjunto de obras monumentales, artísticas y naturales, que eran admiradas por los más exquisitos. La aventura de escalar hasta la cima de las Fosas Nasales y luego penetrar entre plantas colgantes hasta provocar la implosión que los devolvería al exterior, era una de las atracciones más demandadas. No lo menos era el espacio temático de los Pabellones Auditivos que conducían después de un laberinto a una gran cueva llena de artilugios impresionantes. Para el descanso nada mejor que el extenso Bosque de los Vellos, propiciador de una filtrada sombra a la vez que mantenedor de una equilibrada humedad. Pero lo que más llamaba la atención de los visitantes era la compleja ingeniería de las Manos Hacedoras, un sistema articulado capaz de lograr los prodigios más excelentes. Los efectos de determinados condicionantes externos sembraban en ocasiones el desconcierto en la población, pero el equipo de restauradores lograba en muchos casos restablecer las condiciones. Un impacto brusco generaba rápidamente el establecimiento de un perímetro rojo de actuación. La incidencia de contaminantes y, en especial, de aquellos rayos nocivos del sol, llevaba a la evacuación urgente de las zonas afectadas. Pero la peor dolencia que sufrió Pielópolis fue la de convertirse en una ciudad de moda por sus grandes atractivos. Decenas de millones de turistas, organismos alóctonos nocivos, abarcaron aquellos lugares emblemáticos. Los pobladores naturales se vieron obligados a emigrar a otros espacios, abandonando sus necesarios trabajos, dejando desguarnecida la ciudad. La piel empezó a perder su Bosque de Vello y, junto a las erupciones cutáneas, la convirtieron en un lugar decadente e inhóspito. Se agrietaba y se arrugaba con una velocidad espantosa, haciendo imposible que los grupos de apoyo fuesen capaces de actuar en la restauración. Pielópolis se arruinó en medio de tan desolador paisaje, en el que ya no querían vivir ni sus originarios pobladores. Y es que hasta en la piel el turismo acaba por matar al turismo en su propio éxito. Aprendámoslo.
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Turismo epidérmico
Y es que hasta en la piel el turismo acaba por matar al turismo en su propio éxito. Aprendámoslo.
Salvo Tierra
Salvo Tierra es profesor de la UMA donde imparte materias referidas al Medio Ambiente y la Ordenación Territorial
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Observaciones de la vida cotidiana en el metro, con la Naturaleza como referencia y su traslación a política, sociedad y economía
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