Llego descuidado al fin de la primavera con el armario aún anclado en el invierno y una enorme reata de libros sobre el aparador, esperando ser devorados en alguna de estas noches de brisa fresca y madrugada caliente. Preparo las clases de literatura creativa con mimo, esperando que alguno de mis alumnos supere al maestro (¿acaso puede tener un profesor otra pretensión distinta a la esbozada?), y me atareo en contar las parejas que pasean cogidas de la mano por un tramo cualquiera del paseo marítimo de esta ciudad que, como decía José García Pérez, poeta fallecido en pandemia a quien debemos versos y columnas inolvidables, todo lo acoge y todo lo silencia. Porque aquí las polémicas parecen llevar aparejadas el uso de la sordina, ya que, con sol y sal, con espetos y cerveza, todo entra mejor, todo se encara de forma más alegre, no hay dificultad que no podamos superar, salvo tres: la envidia, el derrotismo y la autocrítica. Pienso en las generaciones futuras de escritores que habrán de venir y les auguro días difíciles si la vieja guardia prefiere mirar para otro lado; me estremezco ante la incapacidad de abordar el fenómeno de la turistificación desde la mesura (no podemos renunciar al turismo, pero debemos hacerlo más sostenible y humano, y se puede, claro que se puede) y me río de quienes, desde púlpitos llenos de lodo y porquería, hacen listas de periodistas desafectos con el silencio cómplice de las asociaciones que deberían defender a esos plumillas, y no sólo me refiero a la política nacional. Se nos va la democracia en detener los bulos, sí, pero también en defender a quienes ejercen el sagrado oficio de contar historias. El análisis de lo sucedido es tan hercúleo que excede la pretensión del autor de esta columna. Pero hay algunas respuestas: la democracia del 78 es un marco irrenunciable y, si hemos de avanzar, que sea a través de la reforma consensuada, no desde la reforma por la puerta de atrás, que es lo que ahora está de moda. Veo que el Unicaja va como un tiro y que el Málaga Club de Fútbol, como de costumbre, promete sufrimiento, como ya nos ocurre con las viviendas turísticas (una moratoria ya, ¿no?). El salitre llega hasta la ventana de mi piso, en una urbanización demasiado alejada de casi todo. Se acerca el verano con sus hogueras interminables y sus moragas, y el vano recuerdo de la juventud perdida vuelve a hincarse con insidia en mis sienes. ¿A usted no le ocurre?
Fuego amigo
Vanos recuerdos
Se nos va la democracia en detener los bulos, sí, pero también en defender a quienes ejercen el sagrado oficio de contar historias
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En mis columnas hablo de la Málaga que fue, de la que es y, a veces, de la que será
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