El teatro municipal Pedro Muñoz Seca se inundó de emoción este domingo durante el Pregón de Semana Santa, ofrecido por segunda vez por José Manuel Castilla Osorio, quien fuera presidente del Consejo Local de Hermandades y Cofradías. Castilla, visiblemente emocionado, regresó para proclamar la Semana Mayor de El Puerto, reviviendo el momento que había protagonizado hace 25 años, en 1999. A pesar de llevar tiempo en silla de ruedas, quiso realizar el pregón de pie, sacando fuerzas para transmitir su mensaje con aún más intensidad. Una exaltación que comenzaba tras el rezo del ángelus y los acordes de la marcha 'Siempre la Esperanza', de Jesús Joaquín Espinosa de los Monteros, interpretada por la banda de música Maestro Dueñas.
Al pregón asistieron el teniente de alcalde de Fiestas, David Calleja, el padre Don Antonio Sabido y el Consejo Local de Hermandades y Cofradías de El Puerto de Santa María.
Fue su hijo, José Manuel Castilla Gallardo, quien tuvo el honor de presentarlo, admitiendo que inicialmente rechazó la petición de su padre -hijo de Nazareno y de la bendita madre Dolores- hasta en tres ocasiones aunque sabía en su corazón que "no era esa la respuesta". Se dispuso entonces a hablar del orgullo que sentía como hijo, destacando que su padre "no es solo un cofrade por su experiencia, sino por su actitud y dedicación divulgativa". Para él, su padre ha sido un ejemplo tanto en lo personal como en el ámbito cofrade, inculcándole tres pilares fundamentales: la fe, la esperanza y la caridad.
Después de rememorar algunos pasajes de su infancia con su padre como guía y también tener un emotivo recuerdo para su madre, padre e hijo se abrazaron largamente, dando paso luego a la marcha procesional 'Amargura' de Manuel Font de Anta a cargo de la Banda de Música Maestro Dueñas
Un pregón marianista como continuación de aquel que realizó en 1999 en el auditorio del Monasterio de San Miguel, lleno de nostalgias, despedidas, vivencias y reconocimiento a los cofrades de El Puerto porque "si somos lo que somos, es porque ellos fueron, y a ellos se lo debemos”, dijo; en el que se encomendó como no podía ser de otra forma a María Santísima de los Dolores. "No podía ser más que de nuevo ella quien capitaneara el navío que ha de ser el pregón", evocando las mismas palabras que en aquel primer pregón, con un recuerdo agradecido, por ser parte de su vida pero también por darle dos compañeras, "para que al decir Dolores no saber a quien nombraba si a la madre de mi hijo o a ti misma", decía. Casualidades de la vida, que le dio dos rosas tempranas,"las mejores compañeras, que cualquier hombre quisiera hasta el final de sus días", cerrando así, a viva voz, su emotivo discurso con unas bonitas palabras también hacia su mujer, su compañera de vida, la madre de su hijo, su Lola.
Un sueño que se repite años más tarde, y que encierra en lo más profundo de su alma un sentimiento de agradecimiento y privilegio. "Por segunda vez, me han concedido el honor de pregonar la semana más grandiosa que los tiempos han conocido", expresaba con emoción. "Hoy el cielo está de fiesta, en este Domingo mágico que anuncia la Semana Santa", pregonaba.
Un Domingo de Pasión, en el que habló de la Cuaresma, a punto de terminar, "tiempo de trabajo, de preparación espiritual y de perdón, de reconciliación con el hermano", pero también de la "luna nueva de marzo", que habla del esfuerzo de los costaleros; en la que "los naranjos anuncian que la primavera ha llegado y con ella una semana que es Santa", desencadenando "un aroma distinto, impregnado de terciopelo y rostros llenos de ilusión y esperanza". "Solo siete días faltan, las túnicas nos aguardan". Se refirió a la Semana Santa como "ese milagro primaveral que se renueva año tras año", repleto de "historias entrelazadas"; una fe que no necesita respuesta. Fe y devoción que, en este caso, le fueron inculcadas por su abuela, sus padres y muchos hermanos que actuaron como sus padrinos y maestros, a los cuales se refirió como "cofrades callados"; una devoción que creció con él desde su niñez y se fortaleció con el paso del tiempo. Esta devoción lo llevó a descubrir una forma de hermandad que trascendía la Cuaresma, que se vivía durante todo el año.
Fue durante su adolescencia, a los 14 años, en el Olivo, donde conoció a Santiago, la imagen que lo acompañó en su segunda exaltación. "Jamás lo vi como el patrón de España, sino como un compañero de juegos, uno más de aquellos niños cofrades que se reunían en el Olivo". Fue de él de quien aprendió, dijo, que "uno puede sentirse vencido por el agotamiento y el cansancio, pero que la fe todo lo vence". Ayer, volvía a tenerlo a su lado. "Me parece que fue ayer, pero han pasado 80 años".
En la segunda parte del pregón, Castilla ofreció un recorrido profundamente personal por todas las advocaciones marianas de la ciudad, entrelazando los días, dejándose guiar por sus propias experiencias. Comenzó destacando los nuevos logros alcanzados: la fundación de la hermandad del Prendimiento y la recién creada agrupación Parroquial de El Beso de Judas. A ambas les brindó su enhorabuena, enfatizando que "No hay montaña cuya cima no se pueda alcanzar". Durante este recorrido, sus palabras estuvieron impregnadas de un intenso sentimiento y fervor, que incluso lo llevaron a las lágrimas al hablar del Nazareno, añorando lo que un día fue la Semana Santa y su madrugada:"Ya no hay madrugada", nuevos tiempos La Semana Santa se transformó en El Puerto. Dejó la Madrugadad para encontrar la cálida tarde".
El pregón llegó a su fin tras dos horas, acompañado por los himnos de Andalucía y España. La despedida fue profundamente emotiva, teñida de nostalgia y reflexiones autobiográficas sobre "la historia de un cofrade cualquiera bajo la luz de María", narrando la vivencia de un niño que anhelaba ser nazareno y cuyo destino se entrelazó con Dolores, siendo "su camino, su meta y su vida". Un prolongado aplauso conmovió visiblemente a Castilla, quien, con la mano en el corazón y ya sentado en su silla de ruedas, expresó su más sentido agradecimiento.