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Días de barrunto

El mar, idiota. El ma

...Al pasear por la orilla de la playa del Carmen, el corazón aumentaba sus latidos y una sonrisa indicaba que mi alma se había vuelto a recargar de energía

Publicado: 06/12/2023 ·
09:34
· Actualizado: 06/12/2023 · 09:36
  • Vista de la Playa del Carmen. -
Autor

José Manuel Infante Gómez

Columnista mitad barbateño mitad madrileño. Redactor en web deportiva trescuatrotres.com

Días de barrunto

En palabras de su autor: "Intento decir lo que pienso pensando siempre lo que digo"

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En este sketch, sin duda, uno de los más graciosos de los añorados Payasos, el inigualable Miliki hace alarde de toda su genialidad para provocar una sonrisa que tarda un buen rato en borrarse del rostro.

Cada vez que me toca acabar alguna de mis visitas, repito un ritual que ya, para mí, se ha convertido en necesario. La tarde anterior a mi partida, me gusta sentarme frente a esa gran masa de agua salada para recrearme y mostrar mi absoluta admiración por lo que contemplo. El motivo es que pasarán varias semanas hasta que volvamos a encontrarnos. Y de manera inevitable me acuerdo de aquella anécdota, que acabó convirtiéndose en lección, que ocurrió hace mucho tiempo, cuando ni se me pasaba por la cabeza la posibilidad de dejar atrás mi tierra.

Un buen amigo se fue a Madrid para iniciar sus estudios universitarios. Pasado un tiempo, decidí escribirle una carta (nada que ver con la frialdad de esta actualidad, llena de repetitivos emojis). Me contestó que estaba contento, aunque echaba, como era de esperar, muchas cosas de menos. Enseguida me acordé de los típicos tópicos, como familia o amigos. Por supuesto, me confirmó, pero también añoro mucho el mar. En ese momento, lo achaqué a una excentricidad. Pobre de mí, ya que luego me tocó descubrir que se trataba de una verdad como una catedral.

Años después, me tocó emigrar para darme cuenta de que mi amigo tenía más razón que un santo. Aquellos primeros viajes los hacía en autobús, lo que se traducía en un montón de horas sentado en un asiento que era de todo menos confortable. Así transcurrían los minutos y los kilómetros, hasta que el vehículo entraba en Cádiz, lo que la mayoría de las veces, al viajar de noche, solía coincidir con los primeros rayos de sol. Ese era, sin ninguna duda, mi momento favorito del viaje. Abriendo mis cansados ojos, dirigía la mirada hacia el mar para saludarlo y decirle que ya estaba de vuelta. En mi interior, un respingo invisible me estremecía las entrañas. Era la primera parte del proceso, que continuaba cuando me bajaba del autobús y respiraba ese inconfundible aroma procedente del Atlántico. Finalmente, al pasear por la orilla de la playa del Carmen, el corazón aumentaba sus latidos y una sonrisa indicaba que mi alma se había vuelto a recargar de energía.

La otra tarde, viendo, después de mucho tiempo, la parodia de los Payasos, imaginé a ese amigo gritándome al oído el título de este artículo: “El mar, idiota. El mar”.

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